DE LA IMITACIÓN DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS - XIII

LA IMITACIÓN DEL SAGRADO CORAZÓN


La purificación del corazón


Terminábamos la sesión anterior reconociendo que toda nuestra perfección consiste en imitar al Sagrado Corazón de Jesús, repitamos con fervor nuestra jaculatoria para ponernos en la presencia del Divino Amor:

Jesús manso y humilde de Corazón,
haced nuestro corazón semejante al vuestro.


Nunca conseguirás virtudes sólidas ni lograrás la verdadera santidad, como no imites a mi Corazón, hijo mío. Por más que aparentes señales de virtud, por más que aparezcas a los demás devoto, como tu corazón no imite al mío, toda tu devoción no pasará de necia compostura del semblante.

No hay esperanza alguna de perfección mientras no te propusieres a mi Corazón como dechado de ella.

Desde la cuna de la Iglesia hasta el presente, mi Corazón ha sido siempre la santificación de los Apóstoles, la fortaleza de los mártires, la constancia de los confesores, la pureza de las vírgenes, la perseverancia de los justos: en una palabra, la perfección de todos los Santos.

Ánimo, pues, hijo mío; sigue a mi Corazón por dondequiera que Él te llevare; cuanto más de cerca le siguieres, tanto más te aproximas a la perfección consumada. De la imitación de mi Corazón pende el cumplimiento de toda la ley y toda la santidad. El constante cuidado de imitar a mi Corazón es señal segura de predestinación.

Responde al Divino Amor...

¡Oh, dulce Jesús, fuente de vida y de gracia! Anímame, ayúdame a conocer e imitar a tu Corazón divino, norma de la virtud y dechado de toda santidad.

Libra a mi alma de toda ilusión e impedimento; concédeme buscarte con puro y sincero afecto, revestirme de tus sentimientos íntimos y asemejarme enteramente a tu Corazón.

Pero ¡ah, Señor, cuán diferente es mi corazón del tuyo! ¡Cuán poco he trabajado hasta hoy para que mi vida sea un trasunto de la vida de tu Corazón!

Y mucho será que no une hubiese afanado por apartar mi corazón del tuyo y pervertirlo. ¡Qué ceguedad, qué insensatez la de mi alma!

Apiádate de mí, Señor, apiádate de mí según la misericordia infinita de tu Corazón.

¡Cuántos hay que no han vivido tanto tiempo ni dispuesto de tantos auxilios, y, sin embargo, se han santificado, haciéndose discípulos fervorosos de tu Corazón! ¡Y yo todavía no he comenzado a santificarme! ¡Todavía soy pecador!

Tiempo es ya, Señor, tiempo es ya de que comience la obra de mi santificación, hasta ahora tan descuidada.


Después de tus resoluciones, te encontraré en mi Hora de Guardia el próximo jueves.

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