DE LA IMITACIÓN DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS - XXV

LA IMITACIÓN DEL SAGRADO CORAZÓN


La purificación del Alma

Continuar el camino de la Santidad:
LA CONFESIÓN

Jesús manso y humilde de Corazón,
haced nuestro corazón semejante al vuestro.


Jesús te dice, alma mía: 

 —Hijo mío, sabiendo mi Corazón ser tanta la fragilidad de los mortales que en la tierra no pueden vivir sin pecar, halló un remedio saludable, con cuyo buen empleo, no sólo obtuvieran remisión de los pecados, sino también acrecentamiento de gracia.


«Dios es fiel, y según su palabra, perdonará las culpas a cuantos las confesaren y dará gracia a cuantos la pidieren y vida mejor a cuantos la buscaren.» 


¿Qué sería de la mayor parte de los hombres si no hubiese confesión? ¡Qué pocos se salvarían! ¡Cuántos que hoy gozan o han de gozar alguna vez del cielo, se hubieran condenado!



Más por eso di Yo a la Iglesia tal potestad, que a quien perdonase los pecados, le quedasen perdonados; y a quien los retuviese, quedasen retenidos.

¿Qué cosa más provechosa que una buena confesión? Por la confesión se libra el hombre de la culpa, recobra mi gracia, recibe paz en el corazón, y quien antes se sentía atormentado por el remordimiento, se encuentra después sosegado y feliz.

El Sacramento de la penitencia es para el alma medicina que cura los vicios, ahuyenta las tentaciones, desbarata las asechanzas del demonio, infunde nueva gracia, aumenta la piedad, robustece más y más la virtud.

Por la confesión, el alma recobra los derechos que había perdido pecando, y recupera la hermosura que la iniquidad había afeado.

Acontece, sin embargo, que después de acercarse el pecador a este Sacramento de misericordia, movido de vergüenza o de temor, se arroja a los abismos del sacrilegio y pasa de pecador a monstruo horrendo de pecado.

¿Pero podrás, criatura abominable, sustraerte de mi vista? ¿Por ventura podrás tú impedir que te sepulte en el abismo que has abierto por tus propias manos?

«Confiésate; salga y corra en la confesión toda tu podredumbre. Lo que quedare, fácilmente sanará. ¿Temes confesar lo que no puede quedar oculto aunque no lo confieses? Dios, que todo lo sabe, exige la confesión para dar libertad al humilde, y condena al inconfeso para castigo de los soberbios» (San Agustín.)

Más óyeme: ¿Por qué dudas en poner de manifiesto tu conciencia ante aquel hombre que ha sido puesto por Mí y tiene ante ti mi lugar?

Al confesor debes mirar como a Mí mismo cuando delante de él te presentares como penitente, porque entonces ciertamente hace mis veces y tiene mi misma potestad.

Por lo demás, también él es hombre y tiene sus miserias, y también él, como tú, debe confesarse; precepto para él tanto más duro, cuanto a más perfección está obligado.

Por eso Dios ha dispuesto muy sabia y santamente que los sacerdotes, como los legos todos cuantos quisieren verse libres de pecados graves, estén obligados a confesarse; y que los sacerdotes, cuyos santos ministerios piden una perfección muy elevada, purifiquen también la conciencia de culpas leves con la frecuencia de este Sacramento.

De esta suerte, los legos se confesarán con el sacerdote con más libertad y confianza, y los sacerdotes aprenderán por experiencia propia a compadecerse de las miserias de aquéllos, a enfermar con los enfermos, a llorar con los que lloran.

Pero hay quienes se confiesan con bastante sinceridad, y no por esto de verdad se enmiendan; y es porque no ponen todo conato en corregirse de corazón.

Hay quienes se acercan al Sacramento de la Penitencia, unos por necesidad, otros por respetos humanos, aquéllos por rutina; ni es de extrañar que con tal disposición recojan poco o ningún fruto.

Tú, hijo mío, teniendo ante los ojos tu salvación y mi contentamiento, haz cada confesión como si fuera la última de tu vida, y de esta suerte cosecharás muy dulces y maravillosos frutos.

Deja, pues, toda agitación y ansiedad, porque Yo no soy Dios de turbación, sino de paz, y no me complazco en la confusión del alma, sino con la buena voluntad.

Haz lo que puedas y confiésate con sinceridad, que esto siempre lo puedes, y quédate luego tranquilo sin dejarte perturbar, ni por las sugestiones del enemigo ni por la inquietud de tu imaginación.

Hijo mío, mi Corazón es el refugio de los pecadores. Cuantas veces a Él se acogiere alguno con corazón contrito y humillado, no le rechazaré ni le despreciaré.


En el interior del Sagrado Corazón
te dejo hasta la próxima publicación
de enero, si Dios nos lo permite.

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