SER GUARDIA DE HONOR
SER GUARDIA DE HONOR
PREPARANDO EL LIENZO PARA EL ARTISTA
Al entrar Santa Margarita María en el monasterio, le pidió a la maestra de las novicias que le enseñara a rezar.
Ésta le respondió: «¡Id a poneros delante de nuestro Señor como un lienzo ante un pintor!».
Sor Margarita María no lo comprendió enseguida, y mientras estaba un día reflexionando sobre el sentido de esas palabras, oyó una voz interior que le decía: «Ven, Yo te enseñaré».
La vida del Guardia de Honor, mi querido Hermano es, como lo hemos comentado otras veces, una participación del Espíritu de la Visitación.
San Francisco de Sales insiste a sus Hijas en ser muy cuidadosas en preparar su oración, puesto que hablar con el Rey de la Gloria no se improvisa. Y hoy nos mostrará cómo hacerlo en miras a nuestra Hora de Guardia.
Tomando, nuevamente, a Santa Margarita María como ejemplo, diremos que a ella se le encargaban trabajos humildes para mantenerla “con los pies en el suelo”. La mandaban al prado del monasterio a controlar que una burra y su cría no entrasen a comer en el huerto. Una vez, sor Margarita María, ensimismada en la oración, se olvidó hacerlo, pero, a pesar de esto, con gran asombro de las otras religiosas, los animales no estropearon nada.
Nuestro cuerpo, los sentidos y nuestras pasiones muchas veces se comportan como un jumento al que es preciso tenerle paciencia y controlar para que no haga estropicios al alma que tiene una CITA DE AMOR en su Hora de Guardia con el Corazón de Jesús y en otros momentos de oración.
Dice san Francisco de Sales, que son muchas las oraciones mal hechas por falta de preparación. ¡Y cuán cierto es! Vamos a ella, a menudo, con el corazón disipado, lleno de tedio o de otras imperfecciones; con el corazón lánguido, sin calor divino. De ahí que salgamos de ella poco más o menos como hemos entrado, si no peor.
Así como el que quiere pintar un cuadro o escribir un pergamino, debe descarnar éste y preparar la tela; así también, si queremos que Jesús pinte en nuestra alma su imagen divina y escriba en nuestro corazón sus divinos secretos, es menester que hagamos lo mismo; que preparemos para ello uno y otra.
Consiste la preparación en el recogimiento interior y exterior.
El recogimiento exterior, pide la moderación de las ocupaciones exteriores. Hay que procurar no perder de vista a Dios y hacerlo todo con la intención de agradarle a Él sólo.
No debemos entregarnos a nuestros quehaceres, trabajos o labores con el afecto, ni poner en ellos la afición, el corazón.
Es esto de suma importancia, pues de lo contrario nos seguirán y ocuparán estas cosas durante la oración, impidiéndonos el trato y comunicación con Dios. No podemos pensar dos cosas a la vez, ni con un solo ojo, ni siquiera con los dos, mirar a un mismo tiempo arriba y abajo, al cielo y a la tierra. Si detenemos, pues, la mirada de nuestra alma, que es nuestra inteligencia, en las criaturas, no podremos fijarla ni detenerla en Nuestro Señor; nos quedaremos, por tanto, sin oración.
¡Cuánto habría que decir aquí de nuestras vehemencias, de nuestros afanes, nuestra actividad natural desmedida en los mismos empleos o trabajos que nos encarga la santa obediencia!
Nos admira que Esaú vendiese su primogenitura por un plato de lentejas, y nosotros hacemos peor: por un trapo, por una flor, por un guisado ¿qué se yo? por mil tonterías y nonadas perdernos muchas veces la intimidad con Jesús.
Ahora, el recogimiento interior comienza por los sentidos.
Los sentidos son como las puertas de la ciudad, por donde entran en nuestra alma las impresiones, etc., etc. De ahí la necesidad de tenerlas cerradas, si queremos mantenernos en soledad interior, como para la oración se requiere.
Por esto decía uno de aquellos Padres del yermo, que para la oración aprovechaba mucho ser sordo, ciego y mudo. Porque así como el alma recogida posee en sí innumerables bienes, dones riquísimos, según la multitud y diferencia de los sentimientos y afectos amorosos que tiene o ha tenido en Dios; así el alma disipada está llena de polvo, miserias e inmundicias, es decir, de distracciones, preocupaciones y afectos que profanan, por decirlo así, el templo de nuestra alma.
Comencemos, querido Hermano a poner orden en nuestra vida para que nuestros encuentros diarios con el Sagrado Corazón de Nuestro Salvador sean realmente fructíferos.
Cosas tenemos que hacer, pero que de ninguna manera nos absorban y nos impidan ofrecer al Señor de los señores, la GLORIA, el AMOR y la REPARACIÓN que se merece por nuestra ligereza de espíritu.
Ésta le respondió: «¡Id a poneros delante de nuestro Señor como un lienzo ante un pintor!».
Sor Margarita María no lo comprendió enseguida, y mientras estaba un día reflexionando sobre el sentido de esas palabras, oyó una voz interior que le decía: «Ven, Yo te enseñaré».
La vida del Guardia de Honor, mi querido Hermano es, como lo hemos comentado otras veces, una participación del Espíritu de la Visitación.
San Francisco de Sales insiste a sus Hijas en ser muy cuidadosas en preparar su oración, puesto que hablar con el Rey de la Gloria no se improvisa. Y hoy nos mostrará cómo hacerlo en miras a nuestra Hora de Guardia.
¡CUIDANDO AL POLLINO DE LA JUMENTILLA"
Tomando, nuevamente, a Santa Margarita María como ejemplo, diremos que a ella se le encargaban trabajos humildes para mantenerla “con los pies en el suelo”. La mandaban al prado del monasterio a controlar que una burra y su cría no entrasen a comer en el huerto. Una vez, sor Margarita María, ensimismada en la oración, se olvidó hacerlo, pero, a pesar de esto, con gran asombro de las otras religiosas, los animales no estropearon nada.
Nuestro cuerpo, los sentidos y nuestras pasiones muchas veces se comportan como un jumento al que es preciso tenerle paciencia y controlar para que no haga estropicios al alma que tiene una CITA DE AMOR en su Hora de Guardia con el Corazón de Jesús y en otros momentos de oración.
Dice san Francisco de Sales, que son muchas las oraciones mal hechas por falta de preparación. ¡Y cuán cierto es! Vamos a ella, a menudo, con el corazón disipado, lleno de tedio o de otras imperfecciones; con el corazón lánguido, sin calor divino. De ahí que salgamos de ella poco más o menos como hemos entrado, si no peor.
Así como el que quiere pintar un cuadro o escribir un pergamino, debe descarnar éste y preparar la tela; así también, si queremos que Jesús pinte en nuestra alma su imagen divina y escriba en nuestro corazón sus divinos secretos, es menester que hagamos lo mismo; que preparemos para ello uno y otra.
Consiste la preparación en el recogimiento interior y exterior.
El recogimiento exterior, pide la moderación de las ocupaciones exteriores. Hay que procurar no perder de vista a Dios y hacerlo todo con la intención de agradarle a Él sólo.
No debemos entregarnos a nuestros quehaceres, trabajos o labores con el afecto, ni poner en ellos la afición, el corazón.
Es esto de suma importancia, pues de lo contrario nos seguirán y ocuparán estas cosas durante la oración, impidiéndonos el trato y comunicación con Dios. No podemos pensar dos cosas a la vez, ni con un solo ojo, ni siquiera con los dos, mirar a un mismo tiempo arriba y abajo, al cielo y a la tierra. Si detenemos, pues, la mirada de nuestra alma, que es nuestra inteligencia, en las criaturas, no podremos fijarla ni detenerla en Nuestro Señor; nos quedaremos, por tanto, sin oración.
¡Cuánto habría que decir aquí de nuestras vehemencias, de nuestros afanes, nuestra actividad natural desmedida en los mismos empleos o trabajos que nos encarga la santa obediencia!
Nos admira que Esaú vendiese su primogenitura por un plato de lentejas, y nosotros hacemos peor: por un trapo, por una flor, por un guisado ¿qué se yo? por mil tonterías y nonadas perdernos muchas veces la intimidad con Jesús.
Ahora, el recogimiento interior comienza por los sentidos.
Los sentidos son como las puertas de la ciudad, por donde entran en nuestra alma las impresiones, etc., etc. De ahí la necesidad de tenerlas cerradas, si queremos mantenernos en soledad interior, como para la oración se requiere.
Por esto decía uno de aquellos Padres del yermo, que para la oración aprovechaba mucho ser sordo, ciego y mudo. Porque así como el alma recogida posee en sí innumerables bienes, dones riquísimos, según la multitud y diferencia de los sentimientos y afectos amorosos que tiene o ha tenido en Dios; así el alma disipada está llena de polvo, miserias e inmundicias, es decir, de distracciones, preocupaciones y afectos que profanan, por decirlo así, el templo de nuestra alma.
Comencemos, querido Hermano a poner orden en nuestra vida para que nuestros encuentros diarios con el Sagrado Corazón de Nuestro Salvador sean realmente fructíferos.
Cosas tenemos que hacer, pero que de ninguna manera nos absorban y nos impidan ofrecer al Señor de los señores, la GLORIA, el AMOR y la REPARACIÓN que se merece por nuestra ligereza de espíritu.
¡Dios sea bendito!
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