VIVA CRISTO REY
SER GUARDIA DE HONOR
CONFESANDO LA REALEZA DE CRISTO
¡VIVA CRISTO REY!
¡VIVA SANTA MARÍA DE GUADALUPE!
Una de las fiestas principales de la Guardia de Honor, después del Sagrado Corazón es la de Cristo Rey, y como preparación a esta grande Solemnidad, te comparto, querido hermano Guardia de Honor, el testimonio de un amante del Corazón Sagrado de Jesucristo que ahora es un intercesor para cada uno de los mexicanos que no estamos dispuestos a entregar nuestra amada Patria al tirano sin ofrecer la resistencia de la oración y el sacrificio como nuestros mártires.
EL BEATO ANACLETO GONZÁLEZ FLORES: PATRONO DE LOS LAICOS MEXICANOS
Con gran alegría, la Conferencia Episcopal Mexicana anunció que la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos aprobó que el beato Anacleto González Flores, mártir, sea Patrón de los Laicos Mexicanos”.
La CII Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Mexicana, votó por unanimidad la propuesta de declarar al beato Anacleto como patrón de los laicos y establecer en el tercer fin de semana de noviembre, en la fiesta de Cristo Rey del Universo, el día de los laicos.
“En la alegría de la oración nos confiamos al nuevo Patrón de los laicos. El ejemplo de su devoto amor por Dios nos recuerda que el camino de la santidad es un martirio vivificante que solo es posible gracias a la fuerza de Dios”.
SU TESTIMONIO SUPREMO: EL MARTIRIO
Anacleto vivió permanentemente hostigado por la policía de Guadalajara. Se podría decir que no conoció día sin sobresalto. Varias veces fue encarcelado. Pero cuando salía de la prisión continuaba como antes, sin retroceder un milímetro en su designio. No podía ignorar que estaba jugando con la muerte. Varias veces la vio muy cerca, pero jamás la esquivó.
«Porque lo que se escribe con sangre, según la frase de Nietzsche, queda escrito para siempre, el voto de los mártires no perece jamás».
El 29 de marzo de 1927, pasó la noche con su familia, castigada por la miseria, alternando con su esposa, y rezando y jugando con sus tres hijitos. Fue la última vez que los vería. El 31 del mismo mes estaba, como de costumbre, en la casa de los Vargas González. Allí se confesó con un sacerdote que se encontraba de paso, y después se quedó comentando con él una reciente Pastoral del Arzobispo de Durango, que aprobaba plenamente la defensa armada. «Esto es lo que nos faltaba, dijo Anacleto. Ahora sí podemos estar tranquilos. Dios está con nosotros». La noticia de la que acababa de enterarse sobre la decisión del obispo de Durango fue lo que inspiró su pluma:
«Bendición para los valientes, que defienden con las armas en la mano la Iglesia de Dios. Maldición para los que ríen, gozan, se divierten, siendo católicos, en medio del dolor sin medida de su Madre; para los perezosos, los ricos tacaños, los payasos que no saben más que acomodarse y criticar. La sangre de nuestros mártires está pesando inmensamente en la balanza de Dios y de los hombres.
«El espectáculo que ofrecen los defensores de la Iglesia es sencillamente sublime. El Cielo lo bendice, el mundo lo admira, el infierno lo ve lleno de rabia y asombro, los verdugos tiemblan. Solamente los cobardes no hacen nada; solamente los críticos no hacen más que morder; solamente los díscolos no hacen más que estorbar, solamente los ricos cierran sus manos para conservar su dinero, ese dinero que los ha hecho tan inútiles y tan desgraciados».
«Hoy debemos darle a Dios fuerte testimonio de que de veras somos católicos. Mañana será tarde, porque mañana se abrirán los labios de los valientes para maldecir a los flojos, cobardes y apáticos».
«Todavía es tiempo de que todos los católicos cumplan su deber; los ricos que den, los críticos que se corten la lengua, los díscolos que se sacrifiquen, los cobardes que se despojen de su miedo y todos que se pongan en pie, porque estamos frente al enemigo y debemos cooperar con todas nuestras fuerzas a alcanzar la victoria de Dios y de su Iglesia».
Hacia las cinco, movidos por la delación de algún traidor, golpean la puerta de los Vargas. La casa está rodeada. Hay soldados sobre las paredes y la azotea. Tras un cateo de la casa, se llevaron a las mujeres, la madre y sus hijas, por un lado, y a los varones que allí se encontraban, Anacleto y los tres hermanos Vargas González, por otro.
Llegados los varones a destino, comenzó enseguida el interrogatorio. Lo que buscaban era que Anacleto reconociera su lugar en la lucha cristera y denunciase a los que integraban el movimiento armado católico de Jalisco; asimismo que revelase el lugar donde se ocultaba su obispo, Orozco y Jiménez. Anacleto no podía negar su participación en la epopeya cristera. Bien lo sabían sus verdugos, ni era Anacleto hombre que rehuyera la responsabilidad de sus actos. Reconoció, pues, totalmente su papel en el movimiento desde la ciudad, pero nada dijo de sus camaradas ni del paradero del Prelado.
Entonces comenzó la tortura, lenta y terrible. En presencia de los que habían sido detenidos con él, lo suspendieron de los pulgares, le azotaron, mientras con cuchillos herían las plantas de sus pies.
–Dinos, fanático miserable, ¿en dónde se oculta Orozco y Jiménez?
–No lo sé.
La cuchilla destrozaba aquellos pies. Como dice Gómez Robledo, «el hombre que ha vivido por la palabra va a morir por el silencio».
–Dinos, ¿quiénes son los jefes de esa maldita Liga que pretende derribar a nuestro jefe y señor el General Calles?
–No existe más que un solo Señor de cielos y tierra. Ignoro lo que me preguntan…
El cuchillo seguía desgarrando aquel cuerpo. «Pica, más, más», le decía el oficial al verdugo. De manera semejante torturaban a los hermanos Vargas, por lo que Anacleto, colgado todavía, gritó: «¡No maltraten a esos muchachos! ¡Si quieren sangre aquí está la mía!». Los Vargas, abrumados por el dolor, parecían flaquear; pero Anacleto los sostenía, pidiendo morir el último para dar ánimo a sus compañeros.
Tras descolgarlo, le asestaron un poderoso culatazo en el hombro. Con la boca chorreando sangre por los golpes, comenzó a exhortarlos con aquella elocuencia suya, tan vibrante y apasionada. Seguramente que nunca ha de haber hablado como en aquellos momentos…
Se suspendieron las torturas. Simulóse entonces un «consejo de guerra sumarísimo», que condenó a los prisioneros a la pena de muerte por estar en connivencia con los rebeldes. Al oír la sentencia, Anacleto respondió con estas recias palabras:
«Una sola cosa diré y es que he trabajado con todo desinterés por defender la causa de Jesucristo y de su Iglesia. Vosotros me mataréis, pero sabed que conmigo no morirá la causa. Muchos están detrás de mí dispuestos a defenderla hasta el martirio. Me voy, pero con la seguridad de que veré pronto desde el cielo, el triunfo de la religión en mi Patria».
Eran las 3 de la tarde del viernes 1º de abril de 1927. Anacleto recitó el acto de contrición. Aún de pie, a pesar de sus terribles dolores, con voz serena y vigorosa se dirigió al General Ferreira, que presenciaba la tragedia:
«General, perdono a usted de corazón; muy pronto nos veremos ante el tribunal divino; el mismo Juez que me va a juzgar será su Juez; entonces tendrá usted un intercesor en mí con Dios».
Los soldados vacilaban en disparar sobre él. Entonces el General hizo una seña al capitán del pelotón, y éste le dio con un hacha en el lado izquierdo del torso. Al caer, los soldados descargaron sus armas sobre el mártir. Con la última energía, trató de incorporarse Anacleto. Y exclamó:
«Por segunda vez oigan las Américas este grito: «Yo muero, pero Dios no muere. ¡Viva Cristo Rey!»Se refería al grito que lanzó García Moreno en el momento de ser asesinado. García Moreno, presidente católico del Ecuador, era uno de sus héroes más admirados, cuya historia conocía al dedillo. Anacleto tenía 38 años.
FELIZ DIA DEL LAICO
BEATO ANACLETO GONZÁLEZ FLORES,
RUEGA POR NOSOTROS
RUEGA POR MEXICO
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