III - PREFIGURAS - TOMA Y LEE
TOMA Y LEE
EL CORAZÓN DE JESÚS, EL LIBRO DE LA CIENCIA DIVINA DONDE APRENDIÓ SANTA MARGARITA MARÍA
Meditaciones
(Tercera parte)
TEXTO PARA LA MEDITACIÓN
"He aquí una mano extendida hacia mí, la cual tenía un volumen o libro arrollado." EZEQUIEL 2, 9.
Bien se deja ver porque Jesús, nuestro mansísimo Salvador, cuando conversó con los hombres en la tierra, no escribió libro ninguno; pues que Él mismo es el Libro escrito “por dentro y por fuera.”
De este Divinísimo Libro podemos sacar todo linaje de sabiduría y celestial doctrina. San Pedro Crisólogo se expresa en estos términos:
“Es Cristo aquel Libro escrito por dentro y por fuera que Juan vio en su Apocalipsis: exteriormente miramos las heridas de Cristo, pero interiormente contemplamos aquellos incendios en que se abrasa de amor inmenso hacia nosotros: todos deben fijar sus ojos en este Libro; todos leerlo; sabios e ignorantes.”
Si a Cristo, pendiente de la Cruz, cubierto de heridas, con su Corazón Sacratísimo atravesado por lanza cruel, dirigimos una sola y piadosa mirada, esto será para que el cristiano alcance la salud de su alma y la verdadera sabiduría, mucho más provechosa que los libros de todos los doctores. Por esto dijo San Bernardo: “Mi más sublime filosofía consiste en conocer a Jesús crucificado.”
Por más que este Libro, a merced de infinitos dolores y amarguras sufridas en la Cruz, al principio parezca amargo, después, por una lectura devota y seria meditación del alma, vierte la anhelada dulzura:“Hallóle mi paladar, decía el Profeta, dulce como la miel.”
En este Libro muchísimo meditó San Pablo, el Doctor de las Naciones, y por eso he aquí que colocó en ínfimo grado a todas las demás ciencias comparándolas con la nobilísima y suave en extremo, contenida en aquel Libro: “No me he preciado de saber otra cosa entre vosotros, sino a Jesucristo, y éste crucificado.”
En las páginas divinas de ese Libro aprendió San Felipe Benicio a remontarse hasta las más encumbradas cimas de la santidad; en ellas fijó asiduamente su mirada, anegándose en amorosas lágrimas al contemplarle atravesado por la lanza del soldado.
Hallándose ya Felipe en su última enfermedad, al entrar en agonía, pedía con instancia diciendo: “Dadme mi Libro.” Los que le asistían le dieron el Breviario o algún otro libro: entonces les señaló con el dedo y con los ojos el Crucifijo, gastado ya a fuerza de tanto besarlo. Una vez que lo recibió, “Este es mi Libro,” dijo, e imprimiendo luego en él devotísimos ósculos, con el rostro radiante de maravillosa alegría, lo estrechó contra el corazón; y encontrándose con tan felices disposiciones rindió el alma a Dios.
TEXTO PARA LA MEDITACIÓN
"He aquí una mano extendida hacia mí, la cual tenía un volumen o libro arrollado."
EZEQUIEL 2, 9.
Bien se deja ver porque Jesús, nuestro mansísimo Salvador, cuando conversó con los hombres en la tierra, no escribió libro ninguno; pues que Él mismo es el Libro escrito “por dentro y por fuera.”
De este Divinísimo Libro podemos sacar todo linaje de sabiduría y celestial doctrina. San Pedro Crisólogo se expresa en estos términos:
“Es Cristo aquel Libro escrito por dentro y por fuera que Juan vio en su Apocalipsis: exteriormente miramos las heridas de Cristo, pero interiormente contemplamos aquellos incendios en que se abrasa de amor inmenso hacia nosotros: todos deben fijar sus ojos en este Libro; todos leerlo; sabios e ignorantes.”
Si a Cristo, pendiente de la Cruz, cubierto de heridas, con su Corazón Sacratísimo atravesado por lanza cruel, dirigimos una sola y piadosa mirada, esto será para que el cristiano alcance la salud de su alma y la verdadera sabiduría, mucho más provechosa que los libros de todos los doctores. Por esto dijo San Bernardo: “Mi más sublime filosofía consiste en conocer a Jesús crucificado.”
Por más que este Libro, a merced de infinitos dolores y amarguras sufridas en la Cruz, al principio parezca amargo, después, por una lectura devota y seria meditación del alma, vierte la anhelada dulzura:
“Hallóle mi paladar, decía el Profeta, dulce como la miel.”
En este Libro muchísimo meditó San Pablo, el Doctor de las Naciones, y por eso he aquí que colocó en ínfimo grado a todas las demás ciencias comparándolas con la nobilísima y suave en extremo, contenida en aquel Libro:
“No me he preciado de saber otra cosa entre vosotros, sino a Jesucristo, y éste crucificado.”
En las páginas divinas de ese Libro aprendió San Felipe Benicio a remontarse hasta las más encumbradas cimas de la santidad; en ellas fijó asiduamente su mirada, anegándose en amorosas lágrimas al contemplarle atravesado por la lanza del soldado.
Hallándose ya Felipe en su última enfermedad, al entrar en agonía, pedía con instancia diciendo: “Dadme mi Libro.” Los que le asistían le dieron el Breviario o algún otro libro: entonces les señaló con el dedo y con los ojos el Crucifijo, gastado ya a fuerza de tanto besarlo. Una vez que lo recibió, “Este es mi Libro,” dijo, e imprimiendo luego en él devotísimos ósculos, con el rostro radiante de maravillosa alegría, lo estrechó contra el corazón; y encontrándose con tan felices disposiciones rindió el alma a Dios.
Hasta aquí te dejo, mi querido Hermano, Guardia de Honor, te sugiero que pidas la gracia de contemplar con mucho amor y devoción a Cristo Crucificado y que, como a San Felipe Benicio, este Libro Sagrado te acompañe todos los días de tu vida.
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