V - PREFIGURAS - TOMA Y LEE
TOMA Y LEE
EL CORAZÓN DE JESÚS, EL LIBRO DE LA CIENCIA DIVINA DONDE APRENDIÓ SANTA MARGARITA MARÍA
Meditaciones
(Quinta parte)
TEXTO PARA LA MEDITACIÓN
"He aquí una mano extendida hacia mí, la cual tenía un volumen o libro arrollado." EZEQUIEL 2, 9.
Ea, pues, lector cristiano, seas quien fueres, levanta tu esperanza y obtendrás de este Corazón Sacratísimo de Jesús, crucificado y oculto en la Eucaristía, todo lo que pidas en orden a tu salvación.
Si eres Pastor de almas y pregonero de la divina Palabra, mira: aquí tienes lo que en tiempo oportuno has de anunciar al pueblo cristiano: como quiera que el Apóstol te prescribe que el objeto de tus predicaciones no sea otro que Cristo Jesús, y Éste crucificado. En efecto, nada suele conmover más a los corazones endurecidos de los hombres y herir más eficazmente sus almas, que un devoto sermón acerca del amabilísimo Corazón de Jesús, nuestro mejor y más fino amante. Por el contrario, ¡ay de aquellos predicadores que se apartan enteramente de Jesús crucificado, y se predican más a sí mismos que a Jesucristo!
Tiene asimismo el religioso en el Sacratísimo Corazón de Jesús el ideal que debe perseguir; pues así como el pintor que pone todo empeño en sacar e imitar una imagen del prototipo, dirige continuamente las miradas al ejemplar conforme al cual forma, traza y compone sus líneas, de la misma manera el sacerdote secular o regular cada día debe poner la mira en el Santísimo y Divinísimo Corazón de Jesús crucificado y oculto en la Eucaristía, como en el ideal y regla perfectísimos de sus acciones para ajustar a Él la norma de su vida, teniendo presente aquello del Apóstol: “Poned siempre los ojos en Jesús, autor y consumador de la fe, el cual, en vista del gozo que le estaba preparado en la gloria, sufrió la cruz sin hacer caso de la ignominia.”
Esto enseñó con la palabra y el ejemplo —pasando a muchos otros por alto, — San Francisco de Sales, amante eximio, y que del todo se consagró al culto del Corazón Divinísimo de Jesús. En efecto: como predicase cierto día a numeroso pueblo, abrasándose todo en las purísimas llamas del amor a su Redentor clavado en la cruz, he aquí que, inopinadamente, dejóse ver en presencia del pueblo todo circundado de maravillosa luz, cuyos rayos brotaban de las llagas sagradas de Jesús. En lo sucesivo, jamás volvió Francisco a dar otro nombre al Corazón Sagrado de Jesús, que el de su brillante y preciosísima perla del Oriente. Por último, también el hombre que vive en el siglo tiene en la cima del Gólgota un modelo que se le ha mostrado para que en la vida y en la muerte procure imitarlo.
A la manera de cierto célebre pintor, que a cada hora trazaba una línea en sus cuadros, con mayor razón no dejes pasar un solo día, una sola hora, un solo instante si es posible, sin trazar una línea, quiero decir, sin hacer un recuerdo, sin rendir algún culto, sin hacer siquiera un acto de amor a ese Corazón amantísimo de tu dulce Jesús.
Acostúmbrate a que cuando suene la hora, des una llamada a las puertas de tu corazón, y lo hagas prorrumpir en un acto de divino amor, diciendo:
¡Pues que tú, Corazón de mi Jesús, me amaste primero, justo es que yo, a mi vez, con amor te corresponda!
TEXTO PARA LA MEDITACIÓN
"He aquí una mano extendida hacia mí, la cual tenía un volumen o libro arrollado."
EZEQUIEL 2, 9.
Ea, pues, lector cristiano, seas quien fueres, levanta tu esperanza y obtendrás de este Corazón Sacratísimo de Jesús, crucificado y oculto en la Eucaristía, todo lo que pidas en orden a tu salvación.
Si eres Pastor de almas y pregonero de la divina Palabra, mira: aquí tienes lo que en tiempo oportuno has de anunciar al pueblo cristiano: como quiera que el Apóstol te prescribe que el objeto de tus predicaciones no sea otro que Cristo Jesús, y Éste crucificado. En efecto, nada suele conmover más a los corazones endurecidos de los hombres y herir más eficazmente sus almas, que un devoto sermón acerca del amabilísimo Corazón de Jesús, nuestro mejor y más fino amante. Por el contrario, ¡ay de aquellos predicadores que se apartan enteramente de Jesús crucificado, y se predican más a sí mismos que a Jesucristo!
Tiene asimismo el religioso en el Sacratísimo Corazón de Jesús el ideal que debe perseguir; pues así como el pintor que pone todo empeño en sacar e imitar una imagen del prototipo, dirige continuamente las miradas al ejemplar conforme al cual forma, traza y compone sus líneas, de la misma manera el sacerdote secular o regular cada día debe poner la mira en el Santísimo y Divinísimo Corazón de Jesús crucificado y oculto en la Eucaristía, como en el ideal y regla perfectísimos de sus acciones para ajustar a Él la norma de su vida, teniendo presente aquello del Apóstol: “Poned siempre los ojos en Jesús, autor y consumador de la fe, el cual, en vista del gozo que le estaba preparado en la gloria, sufrió la cruz sin hacer caso de la ignominia.”
Esto enseñó con la palabra y el ejemplo —pasando a muchos otros por alto, — San Francisco de Sales, amante eximio, y que del todo se consagró al culto del Corazón Divinísimo de Jesús. En efecto: como predicase cierto día a numeroso pueblo, abrasándose todo en las purísimas llamas del amor a su Redentor clavado en la cruz, he aquí que, inopinadamente, dejóse ver en presencia del pueblo todo circundado de maravillosa luz, cuyos rayos brotaban de las llagas sagradas de Jesús. En lo sucesivo, jamás volvió Francisco a dar otro nombre al Corazón Sagrado de Jesús, que el de su brillante y preciosísima perla del Oriente. Por último, también el hombre que vive en el siglo tiene en la cima del Gólgota un modelo que se le ha mostrado para que en la vida y en la muerte procure imitarlo.
A la manera de cierto célebre pintor, que a cada hora trazaba una línea en sus cuadros, con mayor razón no dejes pasar un solo día, una sola hora, un solo instante si es posible, sin trazar una línea, quiero decir, sin hacer un recuerdo, sin rendir algún culto, sin hacer siquiera un acto de amor a ese Corazón amantísimo de tu dulce Jesús.
Acostúmbrate a que cuando suene la hora, des una llamada a las puertas de tu corazón, y lo hagas prorrumpir en un acto de divino amor, diciendo:
¡Pues que tú, Corazón de mi Jesús, me amaste primero, justo es que yo, a mi vez, con amor te corresponda!
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