PREFIGURAS DEL AMOR DEL CORAZÓN DE JESÚS

  

ENCIENDE LOS FUEGOS APAGADOS

(Segunda parte)


Que los sentidos me ayuden:

Aparece inflamado el Sacratísimo Corazón de Jesús, para encender luego nuestros corazones en el fuego de la caridad hacia la Sagrada Eucaristía y hacia la Santísima Pasión.

Jesús habla y me dice...

He venido a arrojar el fuego a la tierra; y ¿cuál es mi deseo sino que arda? Lc. 12, 49.

 

Que el alma pida luz al Espíritu Santo:

¡Y he aquí un nuevo prodigio de este amor! 

"El mismo benignísimo Dios, que en otros tiempos habló a nuestros padres en diferentes ocasiones y de muchas maneras por los Profetas, nos ha hablado últimamente en estos días por medio de su Hijo Jesucristo"; cuando este preciosísimo Redentor del orbe, para demostrar de un modo igual su amor hacia nosotros, dignóse manifestar y exhibir a la Venerable Sor María Margarita Alacoque, de la Orden de la Visitación de la Bienaventurada Virgen María, fundada por San Francisco de Sales, su Sacratísimo y Divinísimo Corazón reclinado en un trono de fuego sellado con la Cruz, traspasado por la lanza y coronado de espinas, para poner atractivo a los lánguidos corazones de los hombres por medio de objeto tan amable; inclinarlos más y más a su amor, e inflamarlos, en cierto modo, con el nuevo fuego del Divino Amor. 

Por esto exclama: "He venido a arrojar el fuego a la tierra; y ¿cuál es mi deseo sino que arda?" Ahora bien: el fin de esta devoción al Corazón Sagrado de Jesús es resarcir de alguna manera, por fieles piadosos y celosos del amor divino que se debe a ese mismo Corazón Sacratísimo de Jesús, oculto en la Eucaristía y crucificado; resarcir, repito, por medio del culto y veneración que se le tribute, aquellas gravísimas injurias e ingratitudes que se infieren a Cristo Jesús, nuestro óptimo Redentor, por los gentiles, paganos, judíos, herejes, malos cristianos, y a veces por los mismos cuya ortodoxia es notoria, principalmente por los que comulgan sacrílegamente.

Con este objeto fue señalado para esta devoción el viernes que sigue inmediatamente a la octava del Corpus, para que en este día el pueblo fiel rindiera cierto culto y singular adoración al Sagrado Corazón de Jesús, velado en la Eucaristía y crucificado; pues es uno mismo el Sacrificio del Altar con el de la Cruz, diverso solamente en el modo de ofrecerse.

No hay duda en que esta devoción es grata en extremo a Jesucristo crucificado; y que el alma del que la práctica se ve por Él colmada en abundancia de diversas gracias; y en la misma encuentra un remedio muy fácil, mediante el cual los sacerdotes y religiosos puedan llegar a la perfección de su estado; los que tienen cura de almas reducir a buena vida aun a los más perversos; y los fieles todos tienen en ella una señal inequívoca de salvación, con la cual les es fácil vencer, con un ligero esfuerzo, sus pasiones; y caminando de virtud en virtud llegar al suspirado puerto de la salvación.

El Padre Claudio de la Colombière, de la Compañía de Jesús (el primero), varón de gran nombradía por su apostólico celo y fama de santidad, después de haber aprobado en todo el espíritu de la ya citada sierva de Dios, Margarita de Alacoque, encontró semejante devoción al Sagrado Corazón, justa, piadosa, santa, y sumamente provechosa a toda la Iglesia de Dios. 

Quiera el Dios de bondad que los deseos que acerca del Corazón Sagrado de Jesús animaban al Apóstol de la verdad y predicador de los gentiles, Pablo, también en nuestra edad se vean cumplidos en los corazones de todos los fieles. "Dios me es testigo, dijo, de lo mucho que os he amado en las entrañas de Jesucristo, y os ruego que vuestra caridad sea más y más abundante."

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