III - VIDA DE SAN FRANCISCO DE SALES

 

UNA VISITA A LA SANTA SÍNDONE...

Los relatos de la vida de San Francisco de Sales refieren en siguiente hecho:

Jacobo de Saboya, Duque de Nemours y de Ginebra , acababa de casarse con Ana d’Est. 

En cuanto llegó la piadosa princesa a la ciudad de Annecy, residencia ordinaria de los Duques de Nemours, no tuvo más afán que el de ver y venerar el Santo Sudario que se conservaba en Chambery. El Duque de Saboya, condescendiendo con el deseo de la nueva Duquesa, mando se llevase a la ciudad de Annecy esta preciosa reliquia, que se expuso solemnemente en la iglesia colegiata de nuestra Señora.

Los Señores de Boisy, cuyo castillo y tierras estaban situadas en el condado de Ginebra, no fueron los últimos en llegar a la ciudad. El Duque de Nemours los acogió con la distinción debida a su mérito, y presentó por sí mismo a su augusta esposa a la Señora de Boisy, que fue recibida con la mayor afabilidad. 

Los favores de los grandes eran poco apreciados de esta virtuosa señora, comparándolos con la felicidad de ir a tributar homenaje a Jesucristo en la iglesia donde se veneraba el santo Sudario. Corrió, pues, a postrarse delante de la preciosa reliquia, y allí , profundamente conmovida viendo las señales de las sagradas llagas del Salvador, estuvo largo tiempo en oración. No hartándose de mirar y considerar estas pruebas tiernísimas del amor de todo un Dios a los hombres, criaturas suyas, desahogó su alma en dulces afectos de piedad, y pensando sobre todo en el hijo que llevaba en su seno, le ofreció a Jesucristo, suplicándole le tuviese siempre por suyo, en virtud de la donación que de él le hacía, le conservase por su gracia como un objeto que le pertenecía, le enriqueciese con sus dones, y le comunicase sobre todo un tierno amor a los misterios adorables de su pasión y muerte. 

Por su parte esta piadosa madre prometió no ver en su hijo más que un sagrado depósito cuya guarda le estaba encomendada, pero cuya propiedad era de Jesucristo, poner el mayor esmero en inspirarle la virtud, hacerle digno del Dios a quien le ofrecía, y del cielo para el cual quería educarlo. Acabada esta fervorosa oración se sintió abrasada de amor, y como inundada por la abundancia de los consuelos interiores, lo que le hizo creer que Dios había aceptado el holocausto que acababa de ofrecerle .

Vida de San Francisco de Sales, Sr. Cura de San Sulpicio, 1876


Comentarios

Entradas populares