VI - VIDA DE SAN FRANCISCO DE SALES

 

EL NIÑO CRECÍA EN SABIDURÍA Y EN GRACIA...

Continuamos el relato de la vida de San Francisco de Sales:

Muy diferente de los demás niños, desde entonces dio conocer lo que sería un día. Este niño bendito, dice un autor contemporáneo, tenía impresos en toda su persona los caracteres de la bondad; su rostro estaba siempre alegre, sus ojos eran dulces, su mirada amante, y todo su exterior tan modesto que parecía un ángel.
No tenía aún más que dos años, y ya se veían brillar en él los primeros resplandores de su tierna piedad y de su amor a los pobres. Su mayor placer era ser llevado a la iglesia, tener en la mano imágenes, medallas, y besarlas respetuosamente. Si veía algún pobre, y particularmente a los niños, les daba lo primero que encontraba a mano, y si no tenía nada se volvía hacía su nodriza pidiéndole limosna para ellos, primero con sus miradas y luego con sus lágrimas, que no se contenían hasta que el pobre había sido socorrido; lo que obligaba a aquella a prevenirse con frutas o alguna otra cosa siempre que salía de casa.
Un día que, por haber olvidado esta precaución, se encontraba sin tener nada que dar a un niño pequeñito que se hallaba en la casa donde habían entrado, se le ocurrió darle de mamar y acallar de este modo a Francisco; este, lleno de alegría, extendió sus manitas para sostener la cabeza de aquel a quien cedía con gusto su propio alimento .
Estos maravillosos instintos, según dicen testigos oculares, siguieron desarrollándose con el uso de la razón, si hemos de dar crédito a la relación de su nodriza; así que pudo andar solo fue a la iglesia, a donde se hacía llevar a menudo, viéndosele apresurar el paso y extender sus bracitos como para llegar más pronto, y cuando estaba allí nunca parecía cansado ni disgustado, por mucho tiempo que permaneciese, con sus manitas juntas, tan pronto inclinaba el cuerpo en actitud de adorar, como fijaba los ojos sobre el altar o sobre el sacerdote que celebraba, pudiéndose decir con justicia que comprendía algo de lo que veía, pues todas sus acciones inspiraban devoción. 
Vuelto a la casa, se divertía en imitar, como podía, el canto y las ceremonias; y la gracia con que lo hacía encantaba a los que estaban presentes. Sin embargo, entonces solo articulaba algunas palabras aisladas, y pronunciadas con dificultad. ¡Cuál sería la sorpresa general cuando un día se le oyó decir: Mi Dios y mi mamá me aman mucho! Al oír estas palabras, germen precioso, que manifestaban ya al hombre bueno y santo, se pueden imaginar mejor que expresar los trasportes de la Señora de Boisy: su corazón de cristiana y de madre se estremeció de santa alegría.
Vida de San Francisco de Sales, Sr. Cura de San Sulpicio, 1876


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