VIDA DE SAN FRANCISCO DE SALES
A SER SANTO, SE APRENDE DESDE LA INFANCIA...
Decía un filósofo protestante "Un buen padre vale por cien maestros".
Para comprender la figura de San Francisco de Sales, debemos conocer quién le crió, como al "Joven rico" del Evangelio, que desde su tierna infancia tenía acciones virtuosas porque lo había aprendido, seguramente, de sus progenitores.
En esta ocasión, querido Hermano, Guardia de Honor, te presentaré al señor Francisco de Boisy, padre de nuestro Santo, tal vez tú, al igual que Francisco de Sales tuviste la gracia de tener un padre con una convicción firme de su fe, demos gracias a Dios. Si no ha sido así, tal vez tengas ahora la oportunidad de serlo tú y dar ejemplo a otros.
En la segunda mitad del siglo diez y seis vivía en el Castillo de Sales, en Saboya, un noble heredero de la ilustre y antigua casa de Sales, Francisco, Señor de Nouvelles. Rodeado de la consideración general, honrado con la estimación del Duque de Saboya, su soberano, que le había confiado muchas misiones diplomáticas, no era menos apreciado en la corte de Francia, donde habiendo ido para formarse en la carrera de las armas, conquistó con brillantes hazañas y mandos sabiamente dirigidos, grandes conocimientos militares.
Conocido a un tiempo como hábil político y experimentado capitán, había aumentado su gloria con nuevo lustre, por su matrimonio con la virtuosa hija de Melchor de Sionnaz, única heredera de su casa, una de las más antiguas y respetables de Saboya. Esta ilustre esposa le trajo en dote la rica señoría de Boisy, con la condición de tomar su nombre; lo que le obligó a cambiar su título en el de Señor de Boisy, con el cual le designaremos en toda la serie de esta historia.
Nada más igual que este enlace: el Señor de Boisy era en toda su conducta un cristiano edificante, de notable sobriedad, de rara discreción en las palabras, de una caridad que nunca se invocaba en vano, y de una piedad que se manifestaba en recibir por lo menos una vez al mes los santos sacramentos de la Penitencia y Eucaristía (recordemos que la recepción de los sacramentos no era tan frecuente como ahora por las distancias); pero sobre todo se distinguía por una fe ardiente, siendo uno de los más fervorosos católicos de su siglo: aborrecía la herejía, y principalmente la religión protestante, que tenía por falsa por el solo hecho (decía con gracia) de que, concebida en la cabeza de algunos hombres de malas costumbres, había nacido doce años después que él existía. La llamaba hongo que se había formado en una noche del barro de la tierra, y se había desarrollado bajo la influencia del libertinaje y la violencia. Su espíritu recto y severo no podía comprender que semejante religión pudiese ponerse enfrente del catolicismo, magnifico, bello y fuerte con la autoridad de todos los siglos cristianos y la sucesión continua de sus legítimos pastores, protegido en su marcha al través de todas las edades por aquellas palabras de Jesucristo: Mirad que estoy con vosotros todos los días hasta la consumación de los siglos.
Vida de San Francisco de Sales, Sr. Cura de San Sulpicio, 1876
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