SANTA MARÍA MAGDALENA - PRIMERA GUARDIA DE HONOR


SANTA MARÍA MAGDALENA

« ¡Busqué al amor de mi alma, lo tengo y no lo soltaré! »

Cantar de los Cantares 




SANTA MARÍA MAGDALENA

En la víspera de la Festividad de una de los tres primeros "Guardias de Honor" al pie de la Cruz, compartimos la reflexión del R.P. Jean Croiset (director espiritual de Santa Margarita María Alacoque) sobre esta Santa tan amada de toda la Iglesia Universal.

"Santa María Magdalena, tan celebre en el evangelio por su inseparable adhesión a la persona de Cristo, y por su dolorosa penitencia, fue originaria de Betania, pueblo reducido, a tres cuartos de legua de Jerusalén, y mansión ordinaria de su familia. Según san Antonino, su padre se llamó Syr, y su madre Eucana, muy conocidos entre los judíos, tanto por sus muchos bienes de fortuna, como por el distinguido papel que hacían en la provincia. Tuvieron un hijo y dos hijas: Lázaro, que fue el primogénito, Marta y María. Muertos el padre y la madre, los hermanos repartieron entre sí la hacienda; a Lázaro y a Marta les tocó la que había en Betania, y en las cercanías de Jerusalén, y a María la cupo el castillo de Magdala, o de Magdelon , situado en la provincia de Galilea. Quedóse por algún tiempo en Betania, en la compañía de su hermano y de su hermana, los cuales reconociendo la excesiva vivacidad de su genio, y la violenta inclinación que mostraba a la profanidad, a la diversión y al desahogo, hicieron cuanto pudieron para inspirarla el santo temor de Dios, la modestia y la compostura propia de su sexo. 

Pero aprovechó poco su celo; cansóse presto María de una vida tan arreglada; y resolvió sacudir de sí aquel pesado yugo. A su natural vivo y orgulloso, a su espíritu brillante, a un corazón enteramente mundano acompañado todo de una rara hermosura se le hacía insoportable la vigilancia de una hermana que hacía pública profesión de la más ajustada virtud; tomado pues su partido, se retiró a su castillo de Magdala en Galilea, como a propia posición, ahí olvidó bien prestó, así las lecciones como los ejemplos de sus padres y de sus hermanos. Las frecuentes visitas de mucha gente moza y divertida, su despejo y su desembarazo, algo mayor de lo que fuera justo; ciertos modales un poco mas libres de lo que permitía la modestia , hicieron poca merced a su reputación siendo su pasión dominante la de parecer bien, y tener muchos cortejos.

Ya no pensaba Magdalena en otra cosa que en divertirse; las galas, los perfumes, las joyas mas exquisitas daban mayor lustre a su hermosura natural; y abusando de su libertad, en breve tiempo fue el escándalo público de toda la provincia. 

Por aquel tiempo, poco mas ó menos, comenzaba el Salvador a llenar toda la Judea del ruido de sus milagros y de su santidad: Lázaro y Marta fueron de los primeros discípulos que se agregaron, y clamaron incesantemente a su piedad por la conversión de una que traía una vida tan licenciosa y tan perdida. Oyó benignamente el Hijo de Dios sus piadosos ruegos, y como había venido al mundo singularmente por los pecadores, movió el corazón de aquella insigne pecadora." 

Conocemos su historia por el Santo Evangelio... El Padre Croiset continúa el relato de su vida después de la Resurrección del Señor de la siguiente manera:

"Magdalena perseveró constante sin desistir de la empresa, haciendo diligencias por todo el huerto dónde estaba el sepulcro; y buscando el sagrado cuerpo por todas partes con dolor y con inquietud, entraba y salía a cada paso en el lugar del mismo sepulcro, sin poder sosegar, y cada vez que no le encontraba se le renovaba el llanto; pero no tardó el Salvador en premiar tan fina y tan generosa constancia; volvió a un lado la cabeza Magdalena, y vió en pie a Jesús, aunque no le conoció, el cual la dijo: "Mujer, ¿por qué lloras tanto? Ella, creyendo que fuese el hortelano, respondió: Señor, si tú le llevaste, dime dónde le pusiste, que yo le buscaré y le retiraré. 

Movido entonces el Salvador de aquel amor fino y tierno, no hizo mas que llamarla por su nombre, diciéndola esta sola palabra: "María"; y reconociendo por ella la generosa Amante que era el mismo Jesús, exclamó fuera de sí: ¡Ah, Maestro mío! y queriendo arrojarse a sus pies para abraazarlos, el Señor se lo estorbó; para; darla a entender, como dice san León, que ya era tiempo de que elevándose sobre los sentidos corporales, le mirase con los ojos de la fe. 

Era su ánimo pasar lo restante de su vida acompañando en su retiro a la Madre del Salvador, a quien amaba y respetaba como a madre suya; pero suscitándose la persecución de los judíos contra los discípulos de Jesús, y habiendo quitado la vida al protomártir san Esteban, se vieron obligados los fieles a salir de Jerusalén. Lázaro y sus hermanas eran el objeto principal de su furor, no pudiendo sufrir aquel obstinado pueblo tener a la vista un testimonio tan palpable del poder de Jesucristo, que continuamente los estaba dando en cara con su impiedad y con su deicidio. Temerosos de que si le quitaban la vida le verían segunda vez resucitado, se contentaron con desterrarle de la Judea. Dícese que a él y a sus dos hermanas Marta y María, y con Marcela su criada; y con Maximino, uno de los setenta y dos discípulos, los metieron en un navío sin timón, sin mástiles, sin velas y sin aparejos, y que de esta manera los dejaron a merced en las olas del Mediterráneo, exponiéndolos a un evidente naufragio; pero la Providencia del Señor destinaba aquella bienaventurada tropas y la conducía milagrosamente a un país que era de su particular agrado.

Es antigua y constante tradición, autorizada por la misma Iglesia, que el navío entró de aquella manera en el puerto de Marsella y que atónitos los gentiles a vista de la maravilla, ella misma sirvió para disponer los ánimos a oír con asombro y con docilidad a una gente quien el cielo protegía con tan visible prodigio. Luego que echaron pie en tierra anunciaron la fe de Jesucristo en toda la ciudad, señalándose sobre todos el celo y el fervor de Magdalena. Desde luego captó ésta la admiración universal por su aire, por su elocuencia y por sus migaros, escogiendo para predicar la plaza mas vecina
al gran templo de Diana, adonde todos los días corría el pueblo en tropel, y cada día conquistaba nuevas almas para Jesucristo. En el mismo sitio donde la Santa predicaba se ve hoy una capilla muy antigua dedicada en honor suyo, como a doscientos pasos del famoso templo de Diana, que es hoy la iglesia catedral, consagrada a Dios, y dedicada a la santísima Virgen con el título de santa María la Mayor. 

En la célebre abadía de san Víctor se ve también una profunda gruta abierta en una peña, donde se asegura se retiraba la Santa por las noches, pasándolas en oración durante el tiempo que trabajó en la salvación de las almas. Lo cierto es que los fieles de los primeros tiempos se juntaban en aquel lugar subterráneo para asistir al divino sacrificio. 

Viendo Magdalena que había abrazado la fe buena parte de la ciudad, y que san Lázaro, a quien los apóstoles habían consagrado obispo antes de partir de Jerusalén, estaba encargado de aquella iglesia por la divina Providencia, tirándola siempre su inclinación á la vida contemplativa, determinó acabar la suya en alguna soledad. Hallóla luego, y muy a medida de su deseo. Hay a ocho leguas de Marsella un espantoso desierto que termina en una elevada montaña, en cuyo centro se abre una
dilatada gruta, bastantemente profunda, y este fue el sitio que nuestra Santa escogió para su mansión. En él hizo una vida celestial por espacio de treinta años, empleada en continuas comunicaciones con Dios, y sin otra conversación que con los ángeles. Fue extrema su penitencia, siendo su cama la dura roca, y su comida las yerbas ó las raíces que se criaban al rededor de la gruta. Al cabo de treinta años de una vida tan santa, tan prodigiosa y tan penitente tuvo revelación del día y de la hora en que debía partir a volverse a juntar en el cielo con Aquel divino Salvador a quien había amado tan inflamadamente en la tierra. Por ministerio de los santos ángeles fue milagrosamente trasladada a un oratorio distante dos leguas de su gruta, donde se retiraba san Maximino, de cuyas manos recibió la sagrada Eucaristía, y en ellas espiró tranquilamente, yendo al cielo á recibir el premio correspondiente a su abrasado amor de Jesucristo y a su admirable penitencia. Fue enterrada en aquel mismo sitio, y en él fundó la devoción de Carlos II, rey de Sicilia, la magnífica iglesia dedicada a la misma Santa, con un convento de religiosos dominicos, a quienes el mismo piadoso Monarca quiso hacer dignos depositarios de tan precioso tesoro. 

Venéranse las reliquias de la Santa sobre el altar mayor, dentro de una urna de pórfido, regalo del papa Urbano VIH. adonde fueron trasladas con gran solemnidad el año de 1660, en presencia del rey de Francia Luis el Grande, y de toda su corte, por el arzobispo de Aviñon Juan Bautista Mariny.

La cabeza de la Santa , engastada en un precioso relicario de oro, se guarda en la capilla subterránea que está en medio de la nave; y también se ve un hueso de sus brazos, con sus cabellos dentro de una ampolla de cristal, que se muestran muchas veces al día , para satisfacer la devoción de los peregrinos y forasteros que concurren en tropas. Ni la gruta que en Francia se llama el santo Bálsamo es menos frecuentada que la iglesia donde descansan sus huesos, creciendo cada día el concurso de los fieles en vista de los beneficios que reciben de Dios por su intercesión. 

Las reliquias de santa Magdalena, que se guardan en el convento de Vecelay en Borgoña , pueden ser alguna porción de las que hay en san Maximino. Envidiosos los griegos de que la Iglesia latina poseyese este inestimable tesoro, luego que se separaron de ella salieron con la invención de que san Lázaro, santa Marta y santa Magdalena habían muerto en Éfeso, especie de que hasta entonces no sé habían acordado. Así, pues, tiene mucha razón la Provenza para gloriarse de que ella le posee, fundada en una tradición venerable por su antigüedad, autorizada con manuscritos antiguos del sexto siglo, que se guardan en las iglesias de Tolón y de Senés; con el testimonio de Sigiberto monje de Gemblours, de Honorio de Autún, de Gervasio de Tilisberi , y de otros muchos autores antiguos, pero singularmente con la autoridad de muchos grandes papas, como Benedicto X, Juan XXII, Gregorio XI, Clemente VII, Eugenio IV, Sixto IV, Adriano VI y Urbano VIII que con sus bulas hicieron como cierta una tradición tan constante."

Encomendémonos mucho a esta Gran Santa, que supo en todo momento, después de su conversión, dar Gloria, Amor y Reparación al Divino Corazón, de manera particular, como todo Guardia de Honor, al pie de la Cruz.

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