YA VIVAMOS, YA MURAMOS, DEL SEÑOR SOMOS
DIA 1
SUFRAGIOS
PARA LAS ALMAS BENDITAS DEL PURGATORIO
"PRÁCTICAS DE SUFRAGIOS EN COMPAÑÍA DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS SEGÚN EL DESAFÍO DE SANTA MARGARITA MARÍA. "
continúo, querido Hermano, Guardia de Honor, compartiendo contigo este tesoro del R.P. Víctor Jouët:
¿Qué desea de nosotros el Corazón divino respecto de las almas del Purgatorio?
Él quiere que las amemos como a nosotros mismos. ¿No son aún nuestros prójimos, como antes, e incluso más que antes?
¡No tienen hoy más necesidad de nosotros, puesto que ellas ya no pueden hacer nada por sí mismas!
¿No nos sentiremos más atraídos por socorrerlas, ya que ellas sólo esperan de nosotros su alivio y su pronta liberación? ¿No dijo nuestro Señor: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”?
¿No explicó la práctica de este precepto con estas palabras tan precisas y tan justas: “Todo lo que quieras que los hombres hagan por ti, hazlo tú mismo por ellos; porque esto resume la ley y los profetas”? (Mat., VII, 12).
Ahora bien, si estuvieras en el Purgatorio, ¿te gustaría permanecer allí olvidado, abandonado por tus seres queridos, por tus amigos, a quienes, en la tierra, habrías hecho el bien?
¿No querríais, por el contrario, recibir el testimonio de su amistad, el homenaje de sus sufragios, la prueba eficaz de su devoción fraterna?
¿No sentirías la más profunda gratitud si supieras que un familiar, o incluso un extraño, por puro amor a Dios y por pura caridad hacia ti, se ha convertido espontáneamente en tu abogado y en el de tus hermanos infelices y desventurados como tú? ¿Qué podrá defender tu causa y la de ellos, encontrando amigos en todas partes para pagar tus deudas y hacer brillar más pronto el hermoso día de la liberación?...
¡Y bien! Querido lector, piadoso asociado, haz lo mismo por las almas del Purgatorio, y si un día tuvieras necesidad, y quién se puede jactar de no tenerla, de tal ayuda, te será hecha, como la habrás hecho tú para otros; seréis tratados con la misma medida de indiferencia o de caridad con la que usasteis hacia vuestros hermanos fieles difuntos. Pensemos en ello detenidamente.
Historia. San Malaquías, obispo de Connerth, Irlanda, murió en 1148.
Considerado digno por su maestro y su obispo de ser promovido al diaconado, que le obligaron a recibir, Malaquías se dedicó a toda clase de obras de piedad, pero más particularmente a las que parecían más difíciles. Así se dedicó con extraordinario celo al cuidado de sepultar a los muertos, porque este tipo de buenas obras le parecían tan llenas de humildad como de caridad.
Su hermana, horrorizada por este oficio de piedad que le parecía indigno de una persona de alto rango, se lo reprochaba y le repetía muchas veces estas palabras del Evangelio: “Deja que los muertos entierren a sus muertos”; pero él, respondiendo como era debido, le dijo: “Desdichada que eres, te sirves de palabras santas, pero no las entiendes, ni el significado y ni el alcance”.
Cumplió, pues, con celo perseverante y sin descansar un solo momento, este oficio de caridad.
Al hacerse sacerdote, perdió a esta hermana cuya vida mundana le había inspirado tal aversión que había jurado no volver a verla nunca más en este mundo. Pero cuando ella murió, libre de su voto, volvió a ver en espíritu a la que nunca había querido volver a ver aquí en la tierra.
Una noche escuchó en sueños una voz que le decía que su hermana estaba allí en el vestíbulo y hacía treinta días que no había tomado nada; al oír estas palabras se despertó y, comprendiendo de qué tipo de alimento estaba privada, estimando el número de días que acababa de oír nombrar; encontró que respondían exactamente al tiempo que había pasado desde que no había ofrecido el Santo Sacrificio por ella.
Luego, como sólo odiaba el pecado y no el alma de su hermana, reanudó la buena obra que había interrumpido.
No fue en vano; porque a los pocos días le pareció ver llegar a su hermana a la puerta de la iglesia, pero aún no podía entrar, y el vestido que llevaba era de color oscuro.
Él perseveró por su parte, y no pasó un día sin darle la acostumbrada limosna de la Santa Misa; la volvió a ver; llevaba un vestido casi blanco, pero carecía de permiso para tocar el altar.
Finalmente, la vio por tercera vez; ella estaba mezclada entre la multitud de los que tenían vestidos blancos y el vestido que llevaba también era blanco.
San Malaquías murió a la edad de 54 años, el 2 de noviembre de 1148, día de Todos los Difuntos, como había deseado, porque, decía que esperaba mucho en esos días de la oración que hacemos por los difuntos.
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