DE LA IMITACIÓN DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS - XX

LA IMITACIÓN DEL SAGRADO CORAZÓN


La purificación del Alma

El corazón del hombre atado por lazos miserables que no le dejan volar
LA CONCIENCIA BUENA O MALA

Pidamos el socorro del Señor:

Jesús manso y humilde de Corazón,
haced nuestro corazón semejante al vuestro.

Escuchemos la dulce voz del Amado:

—Hijo mío amadísimo; si llegares a un estado en que la conciencia de nada te reconviniere, alégrate y regocíjate muy mucho, porque la paz será para ti como río de bienandanza.

La buena conciencia beatifica al alma, alegra a los cielos, espanta los infiernos; pero la mala llena al pecador de desventura, aflige a los moradores del cielo y alegra a los demonios con inicuo regocijo.

Figúrate todas las calamidades posibles en este mundo, y nunca imaginarás tantas cuantas llevan en el corazón los pecadores.

¡Cuán penosa y afrentosa es la esclavitud del pecador! ¡Con cuán fuertes ligaduras está sujeto a amos tan viles, como son el demonio y las pasiones desenfrenadas!

Lazos de estúpida ignorancia le atan el entendimiento para que no perciba la verdad; cadenas de execrable malicia amarran la voluntad para que no ame el bien.

Lazos de concupiscencia le ligan los sentidos para que no busquen la honestidad; cadenas de perversos apetitos le agobian con su peso para que no llegue nunca a la hermosa libertad de la gracia.

Si hay en la tierra infierno anticipado, lo es el corazón del pecador que, abrasado por el fuego de las pasiones, lleva todos los suplicios de la mala conciencia.

¿Cómo puede jamás alegrarse de verdad quien sabe que, si se rompe el frágil hilo de la vida, se despeñará en lo profundo de los infiernos?

No entiendo cómo se atreve a entregarse al descanso de la noche quien ignora si despertará condenado en el infierno.

El corazón del hombre no puede menos de amar la felicidad; pero el pecador, arrebatado ciegamente por la pasión desenfrenada e indómita, busca la felicidad donde sólo puede encontrar la mayor desdicha.

Piensan algunos que satisfarán los apetitos condescendiendo con ellos, y que una vez satisfechos encontrarán la paz. ¡Cuán errados andan!

¿Quién, para apagar un incendio, arroja combustible al fuego? Lo aumentaría, en lugar de apagarlo.

Aunque alguno sacrifique a las pasiones la salvación del alma y la salud del cuerpo, aún no satisfechas, seguirán clamando: « ¡Tuyas somos, danos más y más!»

Si el corazón del pecador pudiera verse a sí propio, ¡qué de miserias y abominaciones se mostrarían allí! Pues para Mi todo está patente y manifiesto, ni puedes engañarme, aunque engañes a los hombres.


Reflexionando sobre esto, te dejo hasta
el próximo domingo, al pie del Santo Altar.

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