DE LA IMITACIÓN DEL SAGRADO CORAZÓN DEL JESÚS - XVI

LA IMITACIÓN DEL SAGRADO CORAZÓN


La purificación del Alma

La suma desgracia para el alma:
 EL PECADO MORTAL

Jesús manso y humilde de Corazón,
haced nuestro corazón semejante al vuestro.

Escucha, alma mía, al Divino Amor que desea tu salvación.

—Mira, hijo mío, que no haya en tu corazón pecado que acarree muerte a tu alma.
¿Cómo te atreves a albergar en el corazón a tu enemigo capital, cuando admitido te convertirá sin remedio en esclavo del infierno, en el más infeliz entre los hombres, más despreciable aún que los seres irracionales?


Cuántos dicen: «¡Qué multitud de males devasta la tierra!» Pero en realidad el mal es uno sólo, el pecado; ni hay otro fuera de él. Evita el pecado, y cuanto te aconteciere cederá en provecho tuyo.

Si consideraras, pues, la infinita dignidad del ofendido y la infinita vileza del ofensor, echarías de ver que el pecado es también un mal en cierta manera infinito.

Quien peca mortalmente al mismo Dios ataca. Es mal tan grave el pecado, que para aniquilar este monstruo infernal y satisfacer a la Justicia divina, Yo, Hijo del Altísimo, tuve que descender del solio de mi Majestad, y hecho hombre, soportar una vida toda de martirio, y por último, consumido de dolores, expirar en una Cruz.

¡Oh hombre miserable! ¿Cómo te empeñas en rehacer lo que tanto me costó desbaratar? ¿Cómo te atreves a renovar por un momento de deleite todos mis trabajos y tormentos y mi acerbísima muerte?

Si pecas mortalmente, te haces reo de un crimen mucho más nefando que el de los judíos que me crucificaron. Que si aquellos me hubieran reconocido como Rey de eterna gloria, jamás me hubieran entregado a la muerte. Pero tú me conoces y sabes bien quién soy, por la experiencia de mis beneficios...

¿Por ventura no fue obra de mi solo amor el crearte y conservarte? ¿No te protegí siempre, no te cuidé y auxilié como padre cariñosísimo? Cuanto eres, cuanto posees, todo te lo he dado yo, y lo que más es de apreciar, me he entregado todo a ti. ¡Y así me pagas tanto como de Mí has recibido!

Échale a un animal, que carece de razón, un pedazo de pan y se mostrará tan agradecido a ti como pudiere. Mas yo te enriquecí con bienes infinitos, y tú, en pago, me persigues hasta entregarme a la muerte. Párate a considerar qué debas pensar de tu ingratitud.



Sabes, que estas palabras son ciertísimas... te las dirige tu Dios, tu Rey, tu amor...,
medítalas hasta el próximo domingo. Nos vemos al pie del Santo Altar.

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