DE LA IMITACIÓN DEL SAGRADO CORAZÓN - XVII

LA IMITACIÓN DEL SAGRADO CORAZÓN


La purificación del Alma

La mayor desgracia para el alma:
EL PECADO MORTAL

Jesús manso y humilde de Corazón,
haced nuestro corazón semejante al vuestro.


Sigamos, querido Hermano Guardia de Honor, la instrucción del Divino Maestro...

¡Oh hijo de mi eterno amor, a quien amé sobre mi vida! no quieras pecar más. Si me amas, o a lo menos, si te amas a ti mismo, huye del pecado más que de la, muerte.

Porque cuantas veces cometieres un pecado mortal, mueres espiritualmente, pierdes cuantos méritos habías contraído, te despojas del derecho a la herencia celestial, te constituyes con los demonios heredero del infierno, prefieres la infelicidad a la bienaventuranza, el infierno al cielo, el demonio a tu Creador.

Medítalo bien, hijo mío, para que de una vez comprendas, en cuanto es posible al humano entendimiento, cuán grave mal sea el pecado y evites con horror lo único que puede hacerte eternamente desgraciado.

– ¡Oh alma mía! ¡Mira lo que es pecar! Verdaderamente es el mayor de los males, el que degrada al hombre hasta ponerlo por debajo de los irracionales, el que cierra las puertas del cielo y abre los abismos del infierno. ¡Qué monstruo tan abominable mucho más horrendo que el mismo Satanás!

Responde a tu Señor, alma mía...

¡Oh Dios mío! El confesarlo me sonroja, pero no puedo negar que he sido esclavo vilísimo del pecado, y que, por extremada ingratitud por extremada insensatez, por extremada maldad, he insultado frecuentemente tu excelsa Majestad, ante la cual tiemblan de veneración y pavor los mismos ángeles.

Me confundo en lo más íntimo de mi alma de haberme envilecido por debajo de las bestias, cometiendo iniquidades que la razón reprobaba y abusando de todas las potencias de mi alma y sentidos de mi cuerpo. 

¡Oh Señor y Dios mío! Imprimiste en mí tu amabilísima imagen, y yo, desfigurándola, la he sustituido con la horrible fealdad del diablo, y aún muchas veces me he hecho más horrible que el demonio mismo.

Porque él pecó soberbio sin tener experiencia de tu venganza, más yo pequé conociendo y despreciando tu castigo; él fue criado una sola vez en la inocencia, yo he sido a ella restituido muchas veces. Él se levantó contra quien le creó, yo contra quien me creó y redimió, yo pecador miserabilísimo, por nada o por menos que nada rechacé gustoso tu amistad, la paz dichosa del alma, el derecho a la bienaventuranza eterna, y me entregué al demonio como esclavo miserable para participar al punto de su infortunio, y participar mañana de sus eternos suplicios si en tu Corazón no encuentro, arrepentido, la misericordia.

Verdaderamente, Jesús mío, no soy digno de encontrar la misericordia de que tantas veces he abusado; no soy digno de ser esclavo tuyo después de haber sido esclavo del demonio. Si has de tratarme como merezco, el infierno será mi morada.

Pero, ¡oh Dios y Salvador mío!, en tu Corazón hay misericordia infinita; bien lo muestran mis pecados mismos, porque si no hubiera sido infinita tu misericordia, nunca hubieras tolerado la ofensa infinita de mis culpas. ¡Oh Jesús!, compadécete de mí según la grandeza de tu misericordia. Te pido humildemente perdón, y confío que perdones a este mísero pecador; sinceramente me duelo de mis culpas, y propongo firmemente servirte en lo sucesivo con fidelidad y amarte fervorosamente.

Con estos sentimientos, te dejo querido Hermano,
hasta mi Hora de Guardia el próximo jueves.

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