NUESTRA SEÑORA DEL SAGRADO CORAZÓN
MARÍA SANTÍSIMA
¡NUESTRA SEÑORA DEL SAGRADO CORAZÓN PROTEGED A LA GUARDIA DE HONOR!
LA MADRE QUE NOS LLEVA AL CORAZÓN DE JESUCRISTO
Patrona y Protectora de la Guardia de Honor
Un poco de historia...
Esta advocación nació en el siglo XIX, un siglo adverso para la fe con respecto a la política y la sociedad, que avanzaban hacia el progreso y veían la religión como un lastre. Nos encontramos en la Francia de la Devoción al Corazón de Jesús...
Es tenido por verdad que la ideó el Padre Luis Chevalier, fundador de los Misioneros del Sagrado Corazón, quien desde joven tuvo la idea de honrar a María, unida al Sagrado Corazón de Jesús.
Ya fundada su Congregación de Misioneros entre 1857 y 1859, mientras proyectaba el santuario que estaba construyendo en Issoudun, confirmó la idea de una advocación nueva y exclusiva para su instituto religioso. Decidió llamarla Nuestra Señora del Sagrado Corazón, como símbolo de María Madre que nos lleva a todos al Corazón de su Hijo, poderosa abogada frente al Corazón de su Hijo.
CONSIDERACIÓN DEL DÍA
La predestinación de María
"Toda la gloria de la Hija del Rey está en su interior."
(Ps. XLIV, 14)
El amor es una gran cosa, dice el piadoso autor de "La Imitación": Magnares es amor.
Es, en efecto, el amor, desde toda la eternidad, la vida misma de Dios; por amor se creó el mundo; por el amor sobre todo, el misterio de la Encarnación se hizo realidad, y es "EL AMOR" que vino a habitar entre nosotros.
"Si alguien no ama a Nuestro Señor Jesús, ¡que sea anatema!", dice San Pablo. Jesús viene, por lo tanto, para amar y ser amado; él dará su Corazón, pero a cambio pedirá el nuestro; él quiere ser todo nuestro, para que todos seamos suyos...
¡Ah! Señor, si nadie puede ser excluido del privilegio inefable de ser el amigo de Dios, ¿qué criatura privilegiada ocupará el primer lugar en tu amor?
Nadie puede hacer valer este derecho; todos los hijos de los hombres son ante Ti como granos de polvo; las generaciones pasadas y futuras son obra de tus manos, y el bien que poseen proviene de Ti. ¡Tu elección sola, Dios mío!, decidirá sobre los rangos y las condiciones...
Pero se necesita una Madre, una Madre según tu Corazón, una Madre a la que formarás por ti mismo desplegando, en una sola obra maestra, todos los recursos de tu sabiduría, de tu poder y de tu soberana bondad... Esta Madre es María.
La llamaste de la nada, y ella salió "radiante de gloria, intachable y toda hermosa". Y al verla... fuiste preso, enamorado, ¡oh Dios mío! A esta criatura la tenías destinada a reinar como soberana sobre tu Corazón Sagrado y lo deleitó con la primera de sus miradas y lo hirió de un amor indecible. Así podemos llamarla Nuestra Señora del Sagrado Corazón.
¿Qué otro pensamiento nos haría comprender mejor la inefable grandeza de la Reina del Corazón de Jesús?
Si esta admirable Virgen hubiera tenido la prerrogativa de convertirse en Madre de Jesús, como tantos patriarcas, profetas y reyes que figuraron entre los antepasados del Salvador, la gloria de María podría haber sido superada; pero, gracias al Cielo, el Verbo Encarnado no se contentó con una Madre según la carne y la sangre, Él la quiso también según su espíritu y su corazón; Él no quiso una Madre cuya misión se cumpliera después de haber dado al mundo un Niño-Dios y que desapareciera como la flor antes de su fruto; Él quiso una Madre tan inviolablemente unida a él como la raíz unida a su tallo: una Madre de la que nunca se separará, de la que siempre será amado, que nunca dejará de producirlo en las almas, y de preséntalo lleno de gloria a los elegidos del Cielo.
Quiere una Madre que se siente a su derecha, que reine sobre su Corazón, una Madre en cuyas manos depositará los tesoros infinitos de su Pasión y de su Muerte, de la Sangre y el Agua que brotaron de su costado, y de lo cual se gloriará en todos los siglos extendiendo su culto a todo el universo. Desearía que se pudiera decir de Ella: Dios mismo es su corona; tiene poder soberano sobre su Corazón; su Hijo-Dios... Dios, es el sublime hacedor de todas las obras que ella quiere emprender; Dios será el protector eterno de todo aquel que la honre como Madre y la sirva para siempre. He aquí, en una palabra, la criatura por excelencia que un destino irrevocable llamó desde toda la eternidad para unirla al Sagrado Corazón. Dios es admirable en sus designios.
Una vez que la primera Eva salió revestida de inocencia de las manos de su Dios, su primer impulso de amor fue para el autor de su ser. ¡Qué grito de gratitud no debe haber escapado de su alma por Aquel que la sacó de la nada y la llamó a la contemplación de su grandeza y de sus obras! Pero, ¿qué diremos de los sentimientos de la verdadera Eva, cuando en el primer momento de su inmaculada concepción, abrió, por un privilegio especial, los ojos de su alma al mundo de la gracia antes de abrir los de su cuerpo al de la naturaleza?
¡Con qué fuerza su corazón tan puro no se precipitó en el seno de Dios para encontrar allí el digno objeto de sus aspiraciones y deseos! Llevada en las alas del amor divino, según el pensamiento de San Alberto Magno, penetró en las entrañas de la misericordia divina y salió llevando consigo al único Hijo de Dios. El Verbo divino comenzó, a partir de entonces, en esta Virgen predestinada que se convertiría en su Madre, una vida de gracia y amor, cuya encarnación nos haría pronto suponer deslumbrantes maravillas. Esta unión misteriosa ocupó los primeros años de María, la convirtió en el santuario de la divinidad ante la cual el Ángel se inclinaría con respeto, y donde la operación del Espíritu Santo hará reinar al Verbo hecho carne.
Tal fue el preludio de la ardiente dilección de que esta noble criatura será rodeada toda su vida: el Corazón de su amado Hijo, para ser su soberana.
¡También nosotros somos llamados, oh María! a vivir para el Corazón de Jesús; él es nuestro objetivo: por él suspira todo nuestro ser; sólo él es capaz de apagar esta sed insaciable tan bien descrita por la pluma de san Agustín. Pero, ¿qué vida es la nuestra?... ¿Somos dignos de alegrar este Corazón divino, de glorificarlo, de reinar con él?... ¡Oh Madre nuestra! ¡Oh Nuestra Señora del Sagrado Corazón! particípanos una de tus llamas; danos a todos tus hijos las primeras lecciones de un verdadero amor al Corazón de Jesús.
Alegoría
Después de haber creado las aguas que debían fecundar la tierra, Dios las reunió en un inmenso abismo al que le dio el nombre de mar: Congregationes aquarum appellavit Maria. (La congregación de las aguas se llamó Mar)
De igual manera, después de dejar escapar de su seno las gracias abundantes que iban a realzar a los Ángeles, justificar a los patriarcas, iluminar a los profetas, cubrir de púrpura a los mártires, abrasar a los confesores, sostener a los apóstoles y embellecer a las vírgenes, el Altísimo cavó un abismo insondable para reunirlos a todos, y ese abismo, dice San Bernardo, era María: Congregationes gratiarum appellavit Mariam. (La congregación de las gracias se llamó María).
Y como, según la expresión de nuestros libros sagrados, un abismo llama a otro, la profunda humildad de la Virgen de las vírgenes ante tantas maravillas se convirtió en el refugio más seguro donde se albergó el Corazón de Jesús. Poseedora del Corazón de su Hijo y enriquecida con los infinitos tesoros que contiene, podemos llamarla Nuestra Señora del Sagrado Corazón.
MOSTRANDO SU PODER
La protección de María se manifiesta visiblemente en todas las necesidades de nuestra pobre naturaleza, no solamente en el sentido espiritual, sino también para nuestras dificultades temporales. Con razón la invocamos para las causas difíciles, incluso desesperadas: Nuestra Señora del Sagrado Corazón obtiene todo.
Escuchemos, para estar plenamente convencidos de ello, el grito de una madre agradecida:
“Hoy cumplo un deber muy dulce a mi corazón: vengo a pagar una deuda de gratitud a nuestra buena Madre del cielo. Nuestra Señora del Sagrado Corazón desea, sin duda, darse a conocer y ser amada bajo este hermoso título; por mí, reconozco en este momento, con toda la efusión de mi alma, cuánto le debo a este nombre de amor.
Mi único hijo estaba gravemente enfermo; mi preocupación era mortal. El médico a quien consulté ansiosamente negó poder definir la enfermedad. Yo invocaba a Nuestra Señora del Sagrado Corazón, haciéndole el voto que le estoy otorgando hoy. Anteriormente, María parecía sorda a mis oraciones; pero apenas le había suplicado bajo este hermoso título, ella me respondió. Sin duda, no hubo milagro en el verdadero sentido de la palabra; la enfermedad siguió su curso, pero la crisis nos fue favorable, y desde entonces mi hijo se ha recuperado por completo.
A esta buena Madre le debo la felicidad de preservar a mi hijo; fue Ella quien me trajo, en nombre de su divino Hijo, este dulce consuelo.
¡Oh! ¡gratitud y amor a María! ¡Gloria y honor a Nuestra Señora del Sagrado Corazón! Pues que fui escuchada, hice celebrar una novena de acción de gracias ”.
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