EL APÓSTOL DEL SAGRADO CORAZÓN



SER GUARDIA DE HONOR

VIVIENDO UN AÑO JUBILAR
NOVIEMBRE CON SABOR DE ETERNIDAD 


Pensarás, mi querido Hermano Guardia de Honor, que comenzar por el final no es un buen principio; sin embargo, ya me comprenderás cuando te diga, por si no lo sabes, que el pasado 16 de octubre, fiesta litúrgica del Apóstol del Sagrado Corazón, dimos comienzo, con gran alegría, a un Año Jubilar por la canonización de Santa Margarita María de Alacoque. 


Noviembre es el mes que dedicamos a recordar a nuestros seres queridos que, adelantándose en el tiempo, han visto ya el rostro adorable del Divino Corazón. Algunos, todavía, sin poderlo disfrutar por toda la eternidad pues aún se encuentran en el Purgatorio; otros, en cambio, ya lo poseen para siempre, como nuestra querida jubilaria. 

Esta ocasión te quiero compartir una carta que Santa Margarita dirige a una Superiora Visitandina en Dijón, que había sido la Madre en el Monasterio de Paray - le Monial al momento de las revelaciones del Sagrado Corazón, la Madre María Francisca de Saumaise, para pedirle una caridad muy grande e importante. 

Te pido, querido Hermano en el Corazón de Cristo que leas esta misiva como dirigida a ti personalmente y puedas atender la petición de Santa Margarita María, pues algún día serás tú quien necesitarás esta caridad. 

CARTA XXXI

A LA MADRE DE SAUMAISE, EN DIJON
¡Viva + Jesús!

                                                                                                                  20 de Abril 1685.

     En este santo tiempo de las visitas amorosas de nuestro divino Maestro ruego a su sagrado Corazón que consuma los nuestros en el fuego de su amor, no solamente en el tiempo sino también en la eternidad.  Y con la confianza que tengo en vuestra amistad no pongo dificultad en abrirle mi corazón, para implorar su ayuda en una cosa que me causa mucha pena.

      Se trata de nuestra pobre Hermana J. F., la cual me parece que se ha dirigido a mi dos veces. En la primera me dijo varias particularidades que se referían a ella y a algunas otras personas que no puedo nombrar, pero en lo que a ella se refiere dijo: que poco faltó para que se perdiese, y que no debe su salvación más que a la Santísima Virgen, y que, durante su agonía, satanás le dio tan furiosos asaltos, por tres veces, que estuvo algún tiempo sin saber si se condenaba o se salvaba, hasta que la Santísima Virgen vino a arrancarla de las garras del demonio, y Dios permitió que yo ayudara a cuidarla por estar enferma la ayudante de la enfermería. Le hubiera inspirado lástima, porque se veía las penas horrorosas que sufría; todo su cuerpo temblaba. Por tres veces se arrojó de la cama, y una vez se la oyó decir: «Estoy perdida», pero tenía siempre su pensamiento atento y fijo en Dios.

      La primera vez que la vi después de su muerte, me dijo: «¡Ah, qué penas tan crueles sufro y que largos se harán cinco años, en tan rigurosos tormentos!».
  
   Yo le pregunté qué deseaba; y me pidió Misas y varias otras cosas que nuestra respetable Madre ha cumplido caritativamente. Le ofrecí por seis meses todo cuanto hiciera y padeciera, y desde entonces, le confieso, que no me han faltado sufrimientos, habiéndome dado Nuestro Señor tantos como podía soportar, y de todas clases, pues incluso tuve durante ese tiempo un dedo malo; era al principio de cuaresma, y me lo tuvieron que sajar hasta el hueso con la navaja, y aún no está curado. Pero bendito sea el Señor, que me hace la gracia de favorecerme con su cruz, que es mi gloria.

   La segunda vez esta buena Hermana me hizo ver el lastimoso estado en que se encontraba, diciendo: ¡Oh, ¡Hermana mía, qué tormentos tan rigurosos sufro! Y aunque padezca por varias cosas, hay tres que me hacen sufrir más que todo lo demás.

    La primera es el voto de obediencia que he observado tan mal, pues no obedecía más que en aquello que me agradaba; y semejantes obediencias no sirven más que de condenación delante de Dios;

    La segunda es el voto de pobreza, pues no quería que nada me faltase, proporcionando varios alivios a mi cuerpo. ¡Ah, qué caro pago ahora las caricias excesivas que le he hecho, y qué odiosas son a los ojos de Dios las religiosas que quieren tener más de lo que es verdaderamente necesario, y que no son completamente pobres!

     La tercera cosa, es la falta de caridad, y por haber sido causa de desunión, y haberla tenido con las otras; y por esto, las oraciones que aquí se hacen no se me aplican, y el Sagrado Corazón de Jesucristo me ve sufrir sin compasión, porque yo no la tuve de aquellos a quienes veía sufrir.

      Me dijo que me dirigiera a V. C. para rogarla que le procurara tres Misas, el Rosario durante nueve días, y todas las prácticas de observancia, y una Comunión, diciendo que todo eso endulzaría mucho sus trabajos y que no sería ingrata. Esto es, mi querida Madre, todo cuanto puedo decirle.

      En cuanto a nuestra pobre Hermana M.F. creo que no le quedan más que seis meses de Purgatorio, y después gozará del soberano Bien.

      Respecto a lo que V. C. nos pregunta sobre la difunta y buena Madre Boullier, ya no necesita nada, me parece, y la creo bien alta en la gloria y en el lugar de esos serafines destinados a rendir perpetuo homenaje al Sagrado Corazón de Nuestro Señor Jesucristo para reparar las acerbas amarguras que ha sufrido y sufre todavía en el Santísimo Sacramento por la ingratitud y frialdad de los nuestros. Todo lo que puedo decirle es que tiene mucho poder para ayudarle.

    ¡Ah, ¡mi buena Madre, cuán obligada le quedaría si me ayudara a aliviar a mis buenas amigas pacientes del Purgatorio!, pues así es como llamo yo a esas pobres almas, por cuyo alivio no hay nada que no quisiera hacer y sufrir. Le aseguro que no son ingratas.

    Para decirle una palabra de mí misma, le diré que el Señor me concede siempre muchas gracias, por indigna que sea; de las cuales, la que más aprecio, es la conformidad a su vida paciente y humillada. Me tiene en un estado de indiferencia a su divino beneplácito, tan grande, que ya no me preocupa cualquiera que sea el estado en que me ponga. Con tal que Él esté satisfecho y que yo le ame, esto me basta. Y he aquí la ocupación que ha dado a mi espíritu: «la Cruz es mí gloria, el amor a ella me conduce, el amor me posee, sólo el amor me basta».

      Le suplico que, una vez leída esta carta, la queme y que nadie la vea sino V. C. No sé si me engaño en todo esto que le digo aquí; ruego al Señor que se lo haga comprender. Bien sé yo que no pudieron ser sueños míos, porque ni dormía ni siquiera estaba acostada; mas con todo, desconfío de mí misma.

Sor Margarita María.
                                                                                            De la Visitación de Santa María                                                                                                                           D. S. B.

Aquí te dejo estimado Hermano Cofrade, los datos de la "Suprema Exaltación" de Santa Margarita María que motivan este año lleno de gracias salidas de la Herida del Costado del Salvador. 

      Al compás del culto al divino Corazón, crecía también la fama de santidad de su discípula predilecta. Introducida la Causa en Roma, fue declarada Venerable por Su Santidad León XII, el 30 de Marzo de 1824. En el reconocimiento canónico del cadáver, después de siglo y medio de enterrado, se halló intacto y fresco aquel cerebro que había consagrado todos sus pensamientos al Corazón de Jesús.
      Al despuntar el día 4 de Septiembre de 1864, repetidos cañonazos disparados desde el castillo de Sant'Angelo anunciaban Urbi et Orbi que la Santa Iglesia proclamaba Beata a la Virgen de Paray. 
      Por fin, el 13 de Mayo de 1920, fiesta de la Ascensión, el Santo Padre Benedicto XV, asistido de su Colegio de Cardenales en pleno, rodeado de innumerables Obispos y Prelados de todo el orbe católico, y delante de más de 50.000 fieles de todas partes, reunidos en la Basílica de San Pedro, declaraba con todo el fausto de las grandes fiestas vaticanas que quedaba inscrita en el número de los santos la humildísima religiosa de la Visitación, que en adelante se había de llamar SANTA MARGARITA MARÍA DE ALACOQUE.

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