EL MODELO DEL GUARDIA DE HONOR

 

NUESTRA SEÑORA DE LOS DOLORES 

No os admiréis, hermanos, de que María sea llamada mártir en el alma. San Bernardo  

Mater Dolorosa by Miguel Cabrera

Composición de lugar

Sitúate en el Calvario, al pie de la Cruz, y de manera digna y reverente, mira a la Virgen Santísima y aprende a dar Gloria, Amor y Reparación...


Meditación
Sexto Dolor: María recibe el Cuerpo de Jesús al ser bajado de la Cruz.

La Virgen María levantó sus ojos de prisa al oír que su Hijo decía: “Todo está terminado”, porque pensó que se le acababa la vida. ¿Qué sentiría al advertir en la cara, ya amarillenta de Jesús, los rasgos de la muerte?

¿Qué sentiría? Le vio con sus labios secos, la nariz afilada, oscurecida aquella hermosa mirada de Jesús. Cayó su cabeza sobre el pecho que respiraba fatigosamente. De golpe, a su Madre se le fueron los brazos para sostenerle su cabeza; pero sólo pudo ser un gesto, sus brazos no llegaban.

Cayeron sus brazos, solos, sin poder abrazar a Jesús que moría, y no podía morir con Él. Así estaba el corazón de esta Madre, su propio cuerpo desfallecía al ver agonizar el de su Hijo. Su alma, como perdida a sí misma, estaba tan unida a la de su Hijo que moría de dolor con Él.

De pronto, le vio tomar aliento, hinchó su fuerte pecho, y “dio un fuerte grito”. Aquel grito la hirió en lo hondo del alma, y quedó estremecida. Escuchó atenta, y oyó las últimas palabras de su Hijo: “¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!”...

… José y Nicodemo se ayudaron de otras personas para bajar de la Cruz el Cuerpo del Señor. La Virgen María, su Madre, estaba allí de nuevo, al pie de la Cruz, con la misma valentía y fortaleza, mirándole con amor y compasión.

No quería abandonar su puesto junto a su Hijo, sino perseverar con Él hasta el final. La Virgen lloraba al ver a Jesús muerto, pero su alma estaba serena en la esperanza.

En ella “obró cosas grandes el que es todopoderoso”, y grande fue su dolor como la gracia que recibió de Dios, como el amor. El Espíritu Santo la guiaba para que en todo momento supiera lo que tenía que hacer, y ella le oía, y hacía lo que Dios
mandaba. Le hacía saber toda la sabiduría misteriosa que encerraba el cuerpo muerto de su Hijo.

Aquel día creció aún más el conocimiento de Dios y la caridad de la “llena de gracia”. Pobres hubieran quedado las exequias del Señor, a pesar de que los ángeles invisibles lloraban su muerte, si no le hubieran acompañado las lágrimas de su Madre, la que más le conocía, la que más le amaba entre todos los hombres.
¡Cómo agradecería Dios las lágrimas de su Madre!

Acompañaban a la Virgen, Juan, su nuevo hijo, y sus amigas, las mujeres que habían seguido a Jesús en aquellos años. Todos lloraban a Jesús, que había muerto.

Los hombres, al ver a la Madre de Jesús, tan afligida y pálida, no pudieron reprimir las lágrimas, e intentaron decirle palabras de consuelo. Casi no podían, y a ella tampoco le salían las palabras anudada su garganta de dolor.

Al fin, uno pudo decir: María, no llores. Ya todo ha pasado, tu Hijo descansa y ha
salido vencedor de sus enemigos. Tu Hijo es inocente; toda la gente ha reconocido que es verdad, todos saben que fue una injusticia, que todo ha sido por envidia.

Pero se calló porque sus palabras no hacían sino herir más a la Madre, porque era
inocente y había muerto, por eso, porque era inocente y había muerto.

¿Quién iba a consolar a la consoladora de los afligidos? Era ella quien sabía consolar, sólo Ella tenía la esperanza, y la fe.

Y la Virgen sonrió a sus amigos, los amigos de su Hijo, agradecida. Les daba al principio vergüenza porque habían sido cobardes, se habían escondido en sus casas mientras acusaban y mataban a Jesús.

Les daba al principio vergüenza estar ante la Madre de Jesús; pero Ella les sonrió
agradecida. Ahora le pedían perdón, no con palabras, que no les salían, sino tratando con cariño el Cuerpo de Jesús.

Tarde demostraban su amor a Jesús, demasiado tarde. ¿Qué iban a decir?
La Virgen lo entendía, ¿qué iban a decir? Y, como sobraban palabras, les sonrió,
agradecida.

Siguieron en su trabajo de descolgar el Cuerpo de Jesús. Habían acercado escaleras, y con martillos y tenazas arrancaron los clavos que apretaban las manos de Jesús.

El peso del cuerpo calló sobre ellos y lo cogieron en sus brazos, y sus manos y sus
ropas quedaron enrojecidas con la sangre de Jesús.

Sostenían el cuerpo abrazándolo, mientras otros desclavaban los pies. Nadie
hablaba, sólo se oía el ruido del martillo.


Consideraciones y afectos

Meditemos en el mayor silencio posible, durante el día, la actitud de la Madre Dolorosa. Ella estaba de pie, al pie de la cruz... no hacía grandes discurso, pero aprendía y enseñaba la sabiduría de Dios. 

Pidámosle nos la comunique a nosotros también. En su honor guardemos silencio en todo lo que no nos haga faltar a la justicia y a la caridad. 

Sexta Promesa de la Santísima Virgen

a quienes diariamente le honren considerando sus lágrimas y dolores y rezando siete Avemarías:

"Les asistiré visiblemente en el momento de su muerte y verán el rostro de su Madre."


Comentarios

Entradas populares