EN LA ESCUELA DE SANTA JUANA DE CHANTAL

 

APRENDER DEL SAGRADO CORAZÓN...


EN LA ESCUELA DE SANTA JUANA FRANCISCA FREMIOT DE CHANTAL

"¡Viva Jesús! si, mi Señor Jesús, viva y reine eternamente en nuestros corazones."

Notas íntimas de Santa Chantal, VSM.


Nos santiguamos y recitamos la oración inicial

Eterno Dios, trino y uno: pues sois tan admirable en vuestros siervos, y especialmente lo fuisteis en vuestra escogida sierva Santa Juana Francisca, a quien fortalecisteis con una fe tan clara y resplandeciente de los misterios, que los creía más ciertamente que si los viese con los ojos del cuerpo, y que hicisteis que esta fe con que fue tan ilustrada, la sirviese de lúcida antorcha para caminar segura en medio de las tentaciones que sobre esta virtud sufrió, suplicoos, Jesús mío, me concedáis por la fe de vuestra sierva una fe que me ilumine para creer cuánto me enseña la Santa Iglesia, y que me dirija en los pasos interiores de mi espíritu, y me alcance la gracia que os pido durante este mes. Amén.


CONSEJO DE SANTA JUANA FRANCISCA

El alma fiel debe dejarlo todo para que, estando libre de todo, no posea ni esté poseído de nada; permaneciendo así en la absoluta entrega y posesión del amor divino para que pueda hacer con ella lo que le plazca.

RASGOS DE SU VIDA

El Jueves Santo, se verificó en la iglesia abacial de San Esteban una ceremonia que conmovió profundamente a la Señora de Chantal. Su hermano, Andrés Fremiot, nombrado para el arzobispado de Bourges, debía decir su primera Misa. 
Había sido ordenado de Sacerdote el Sábado de Pasión, y, por consejo de San Francisco de Sales, había esperado hasta el Jueves Santo para ofrecer por primera vez el Santo Sacrificio, en el mismo día que lo había instituido Jesucristo. 
El bienaventurado Obispo de Ginebra asistía al nuevo celebrante, y un gentío inmenso llenaba la iglesia. Todos los parientes del Sr. de Fremiot, los magistrados y las señoras piadosas de Dijon, se apiñaban alrededor del altar. 
No debiendo celebrarse el Jueves Santo, según el rito romano, más que una sola Misa en cada iglesia, y debiendo todos los Sacerdotes recibir la Comunión de mano del celebrante, San Francisco de Sales, dice Carlos Augusto, se puso de rodillas en el salón de la tarima del altar, y en esta postura se arrastró hasta la mitad de él para recibir la Santa Eucaristía, con tan tierna devoción, que hizo llorar a todo el mundo. Parecía su cabeza rodeada de rayos de luz, sobre todo en el momento en que el joven Fremiot, con el corazón conmovido y las lágrimas en los ojos, puso la Hostia santa en la boca del santo Obispo. 
La Señora de Chantal vio el prodigio, y llamó la atención de su prima la Señora de Esbarres para que lo viese. Era como una aureola cuya luz crecía poco a poco, y deslumbraba los ojos de los asistentes. Júzguese cuánta impresión haría este acontecimiento en la Señora de Chantal, y cuánto aumentó en su alma el deseo ardiente que tenía de abrir enteramente su conciencia al bienaventurado Obispo de Ginebra.
Después de la santa Misa, el Arzobispo de Bourges dio una comida a la que fueron convidados los principales de la ciudad y algunas señoras de las más distinguidas. La Baronesa de Chantal estaba colocada junto al santo Obispo. Durante la comida oyó San Francisco de Sales a la piadosa viuda decir a su vecina, que se proponía ir en peregrinación a San Claudio, y, tomando la palabra, la preguntó cuándo pensaba verificarlo; añadiendo que tal vez podrían verse allí, porque su madre, la Señora de Boisy, había hecho voto de ir también, y no había podido cumplirlo aún por falta de salud; pero que no tardaría en ponerse en camino, que él la acompañaría, y tendría mucho gusto en encontrarse con la Señora de Chantal. 
Esta proposición llenó de alegría a nuestra Santa, conmovida aún por el prodigio de que había sido testigo por la mañana.
La semana siguiente, no estando aún de vuelta su director, rogó a San Francisco de Sales la confesase otra vez. El Santo, para probarla, puso alguna dificultad, diciéndola que las mujeres suelen tener a menudo inútiles curiosidades. No obstante, consintió al fin, y, mientras la confesaba, se sintió de repente alumbrado con tan vivas luces para la dirección de la Señora de Chantal, y con una unión de su alma con la de la penitente, que salió pensativo, no sabiendo lo que esto quería decir.
PETICIÓN

Amorosísimo Jesús y Dios eterno, que fortalecisteis con un espíritu de mortificación a vuestra escogida sierva Santa Juana Francisca, que decía, revestida del espíritu de fervor, la oración y la mortificación son los principales ejercicios de la Religión, habiéndose ejercitado en estas dos virtudes con mucha particularidad: os suplico, mi buen Jesús, me concedáis por vuestra escogida sierva, que mortifique todas mis acciones, palabras y pensamientos, y así merezca la gracia que os pido. Amén

PRÁCTICA

Se rezarán tres Padre Nuestros, Ave Marías y Gloria Patris a la Santísima Trinidad en obsequio del favor que la Santa recibió a lo largo de su vida y se harán tres actos de docilidad al parecer de otro en alguna cosa indiferente.

Gloriosísima Santa Juana Francisca:

- Ángel de la pureza, ruega por nosotros.

- Arcángel en la solicitud del bien de las almas…

- Principado excelentísimo en la dirección espiritual y perfecta de innumerables almas…

- Potestad admirable en refrenar los sentidos y las pasiones que son los demonios que más daño nos hacen…

- Virtud prodigiosa en muchedumbre de milagros…

- Dominación sagrada en forma de criatura terrestre de angélico espíritu.

- Trono donde descansó el celestial Esposo…

- Querubín luminoso que alumbráis las acciones de vuestro instituto con vuestros escritos…

- Serafín fogosísimo en cuyo pecho imprimió el amor el Santo nombre de Jesús…

Yo, Santa mía amadísima, me gozo de los singulares dones con que nuestro dulcísimo Esposo enriqueció vuestra alma, y confiado en vuestra benignísima caridad, imploró vuestra clemencia para que me alcances del Señor que os imite en esta vida, y después os acompañe en la gloria. Amén.


Antífona

Tenía Santa Juana Francisca muy grande reputación entre todos, porque temía mucho al Señor, y no había quién hablase de ella una mala palabra.

V. Supo complacer al Señor.

R. Y el Señor se agradó de su modo de proceder.

Omnipotente y misericordioso Dios, que a la Bienaventurada Juana Francisca, abrasada en vuestro amor, la concedisteis una admirable fortaleza de espíritu para caminar en la perfección por todas las sendas de la vida espiritual, y quisisteis por su medio ilustrar a la Iglesia con una nueva familia; concédenos por sus méritos y ruegos, que así como conociendo nuestra flaqueza, confiemos en vuestra virtud, así con el auxilio de la divina gracia venzamos todo lo adverso, por nuestro Señor Jesucristo. Amén.

Nos santiguamos para finalizar


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