YA VIVAMOS, YA MURAMOS, DEL SEÑOR SOMOS

 

SUFRAGIOS

PARA LAS ALMAS BENDITAS DEL PURGATORIO





 

En mi búsqueda sobre la espiritualidad del Sagrado Corazón como la explica Santa Margarita María Alacoque, encontré este librito que vio la luz a principios del siglo pasado. Su título es:  
"PRÁCTICAS DE SUFRAGIOS EN COMPAÑÍA DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS SEGÚN EL DESAFÍO DE SANTA MARGARITA MARÍA. "
Y comparto contigo, mi buen Hermano, Guardia de Honor su pequeña introducción:


A todos los amigos de los fieles difuntos.

 ¡Cuántas veces no hemos prometido a nuestros piadosos y lamentados difuntos no olvidar sus enseñanzas cristianas!

¿Cuántas veces no le hemos prometido al Corazón de Nuestro Señor recordar, delante suyo, aquellos a quienes la muerte nos ha arrebatado por un tiempo!

¡Qué feliz pensamiento el de dedicarnos al cumplimiento de esta doble promesa!

Un momento, cada día, en memoria de los fieles difuntos, despierta un recuerdo de nuestra Fe.

Un momento, cada día, para gloria del Sagrado Corazón, realicemos, en su sufragio, algún acto de virtud.

Esta corona así trenzada, día a día, no será ni menos bella, ni menos preciosa de todas las que ya estén colocadas sobre sus tumbas.

Será un acto de reparación por algún defecto por el que tantas almas del Purgatorio están sufriendo en este momento.

Tal es el objetivo de la admirable página escrita por la Beata Margarita María, bajo el título “Desafío para la Octava de los Difuntos”.

Está dirigido a sus novicias, pero su eco ha traspasado las barreras del claustro y resuena por todas partes; nos está permitido prestarle oído y beneficiarnos de él, no solamente para la Octava o para el mes de los muertos, sino en cualquier tiempo que sea, como muy humildes discípulos de aquella a quien Jesús llamó la “Discípula amada de su Corazón”.

Lo publicamos a continuación, será el tema de nuestro modesto trabajo.

Una línea cada día servirá como tema para nuestra pequeña meditación.

Que el Corazón de Nuestro Señor se digne aceptar este minúsculo opúsculo en homenaje de nuestro amor por Él; las almas del Purgatorio, en sufragio de nuestra caridad para ellas; y los piadosos fieles, en humilde intento de mutua edificación.


NOTAS PRELIMINARES

sobre nuestras obras satisfactorias aplicables, en sufragio, a las almas de los fieles difuntos.

 ¿Cuáles son estas obras satisfactorias?

 Estas son las mismas que la Iglesia propone a todos sus hijos. Basta con estar en gracia de Dios para producirlas y aplicarlas, si se quiere, en la medida y el número que queramos, a las queridas almas del Purgatorio, y a nosotros nos corresponde multiplicarlas sin número y sin medida.

 Según el Catecismo de Trento, las Obras satisfactorias que nos imponemos a nosotros mismos, y por tanto los sufragios que son su aplicación, pueden todas ser referidas a la Oración, el Ayuno y la Limosna, concernientes a las tres clases de bienes que hemos recibido de Dios: los del alma, los del cuerpo y los que llamamos externos.

 “Nada”, se dice, “es más propio o más eficaz que estas tres cosas para destruir todas las raíces y efectos del pecado.

 “Todo lo que hay en el mundo, dice San Juan, es concupiscencia de la carne, o concupiscencia de los ojos, u orgullo de la vida. Ahora bien, a estas tres enfermedades hay que oponer tres remedios excelentes: el ayuno a la primera, la limosna a la segunda y la oración a la tercera.

 “Por otro lado, si miramos a quienes nuestros pecados ofenden, vemos todavía una razón más para declarar toda satisfacción con las tres cosas que acabamos de indicar.

 “El pecado ofende a Dios, a nuestro prójimo y a nosotros mismos; ahora, apaciguamos a Dios con la oración, satisfacemos al prójimo con la limosna y nos mortificamos a nosotros mismos con el ayuno.

 “Siguen siendo para nosotros fuente abundante de satisfacción y de mérito las miserias y calamidades que nos abruman durante la vida; si, con todo, soportamos con paciencia todo lo doloroso y angustioso de ellas. Quienes las aguantan sólo con repugnancia y a pesar de sí mismos, deben recordar que en sus sufrimientos no merecen ninguno de los efectos de las obras satisfactorias, y que sólo sufren el justo castigo de Dios, que se venga de sus pecados”.

 He aquí, pues, la oración, el ayuno, la limosna y la paciencia, como los cuatro grandes ríos donde debemos completar, por nosotros mismos y por nuestros queridos amigos sufrientes, la obra de purificación.

 Más bellos que los del Paraíso terrestre, estos cuatro ríos brotan de una fuente mucho más rica y profunda, que es el adorable Corazón de Jesús, y nuestros más pequeños actos, gotas imperceptibles recibidas en sus aguas, pueden enriquecerse allí con el precio infinito de sus méritos y de su sangre.

 "La satisfacción de Jesucristo era, en efecto, necesaria para dar valor a la nuestra, y a las nuestras, para aplicarnos los méritos de la de Jesucristo"

 Con la oración se agrupa todo lo que es propio del dominio de la piedad: desde la Santa Misa, oración por excelencia, hasta la humilde jaculatoria; - desde el canto solemne de los oficios de la Iglesia hasta el más pequeño recuerdo de la presencia de Dios; desde la predicación apostólica hasta la más mínima palabra edificante.

 Con el ayuno viene todo lo que pertenece al dominio de la penitencia: desde la abstinencia más rigurosa hasta la privación más insignificante; desde los mil medios de afligir el cuerpo en todos sus sentidos, hasta los aún más numerosos medios de mortificar el alma en todos sus gustos.

 Con la limosna, también debemos comprender todo lo que es del ámbito de la caridad: desde la más perfecta de las obras de misericordia hasta la última; desde el obsequio más suntuoso hasta el humilde centavo de la viuda; y de la oblación perpetua de sí mismo a Jesucristo, en la persona de los pobres, hasta el más pequeño servicio momentáneo prestado a uno de entre ellos.

 Con la paciencia se reúne todo lo que está en el ámbito de la sumisión y de la conformidad a la voluntad divina: de la generosidad que va antes del sacrificio, diciendo al Señor: ¡Aquí estoy! hasta la resignación que inclina humildemente la cabeza ante el deber; - desde el martirio más cruel hasta el más ligero pinchazo de un alfiler; y del sufrimiento de una pequeña contrariedad y molestia a la aceptación plena y entera de la muerte, donde, cuando y como Dios quiera.

A estos sufragios se añade a menudo, como preciosa recompensa, la obtención de tantas santas indulgencias de las que podemos beneficiar también a las pobres almas del Purgatorio.

 Es en estas vastas áreas, constantemente abiertas a todas las edades y a todas las condiciones, donde siempre tenemos que cosechar.

 ¿Qué gavillas hemos atado durante este día, esta semana, este mes, este año que acaba de terminar? Este es el secreto de Dios. Nos sería dulce pensar que han sido numerosos los triunfos salidos de nuestras manos y que ellas han obtenido muchos alivios o han apresurado su liberación.

 ¿Qué gavillas queremos atar, ahora, durante los pocos días que todavía nos quedan en la tierra? Depende de nosotros.

 El corazón de Jesús nos ofrece su gracia; las pobres almas se acercan a nosotros y nos tienden la mano; ¡Qué más fácil y más ventajoso que enriquecernos con sufragios para ellas y méritos para nosotros!

 

Víctor Jouët, Misionero Apostólico. Roma, 2 de noviembre de 1903, fiesta de la Conmemoración de todos los fieles difuntos.


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